Protagonismo
“Quién, sino yo; cuándo, sino ahora.” (El Talmud)

EL VESTIDO AZUL
En un barrio, en la periferia de la ciudad, vivía una niña muy bonita, pero que concurría a la escuela llamativamente desaliñada. Iba siempre despeinada, y su ropa estaba sucia y descuidada. Su maestra de primer grado veía apenada la situación en que la niña se encontraba.
“¿Cómo es que una niña tan linda y agradable puede ir tan desarreglada a la escuela?” pensaba. “¿Será que sus padres no se ocupan de ella?” Al mes siguiente, cuando cobró su sueldo, separó un dinero y lo destinó a comprarle a la pequeña un vestido nuevo. “Ella quedará linda con un vestido azul”, pensó. Al día siguiente, cuando llegó a la escuela, lo primero que hizo fue ponerle a la niña el vestido azul que le regalaba.
Cuando la madre vio a su pequeña hija llegar a casa con aquel hermoso vestido azul, pensó que con esa ropa la niña no podía seguir yendo a la escuela con el pelo sucio y las uñas negras. A partir de entonces comenzó a cortarle las uñas y a bañarla diariamente, peinándola con unas trenzas de moños azules.
Ese fin de semana, el padre dijo: “Mujer, me da vergüenza que nuestra hija siendo tan bonita y bien arreglada viva en un lugar como éste que se cae a pedazos. ¿Qué te parece si arreglamos la casa? En las horas libres voy a pintar las paredes, arreglar el cerco y ocuparme del jardín.”
Con el tiempo, la casa empezó a destacarse en el pequeño barrio por la belleza de las flores que engalanaban el jardín, el césped verde, y el cuidado que tenía en todos sus detalles. Los vecinos comenzaron a avergonzarse de que sus casas estuvieran tan descuidadas, y decidieron también comenzar por mejorar sus viviendas, pintar las paredes, ocuparse del jardín, haciendo uso de su creatividad.
Y así, poco a poco, el barrio se fue transformando. Un hombre que diariamente pasaba por allí con su auto, camino a su trabajo, quedó gratamente sorprendido por el cambio que se iba dando, con el esfuerzo de los vecinos. Le comentó esta situación a un amigo que trabajaba en el periódico local. Éste fue hasta allí, sacó fotos, habló con los vecinos, y publicó una nota acerca del cambio que se produjo en el barrio.
La nota llegó a oídos del intendente. Éste pensó que la gente del barrio merecía alguna ayuda del municipio, y decidió convocar a una comisión de vecinos, con el fin de estudiar las mejoras que fuesen necesarias hacerse en el barrio. Fue así como las cuadrillas municipales comenzaron a trabajar allí, poniendo el alumbrado público y asfaltando las calles de tierra. Luego, una línea de colectivos decidió incluir al barrio en su nuevo recorrido.
Y pensar que todo comenzó con un vestido azul…
No fue intención de aquella maestra asfaltar calles ni crear comisiones vecinales. Ella hizo lo que podía de su parte. Hizo el primer movimiento que terminó movilizando a otras personas para que se motivasen y trabajaran para mejorar su calidad de vida.
¿Cada uno de nosotros está haciendo su parte en el lugar en que vive o donde se desenvuelve? ¿O será que sólo somos esas personas que se limitan a ver y señalar los problemas que hay alrededor? No hay duda que es difícil cambiar el estado de las cosas. Es difícil lograr limpiar toda una calle, pero que es posible barrer nuestra vereda. Es difícil reconstruir todo un pueblo, pero es posible regalar un vestido azul…

 

ELLIE LAMMER
(Marcelo Perazolo)
Esta nota trata del enorme poder de cambiar los acontecimientos que TODOS tenemos y somos capaces de desarrollar cuando nos los proponemos. Es una reseña del caso de Ellie Lammer.
Permite mostrar EJEMPLOS VITALES de cómo se mejora el mundo de modo efectivo, cierto, real y concreto.
Si tan sólo hubiese una Ellie Lammer en cada país de la región, seguramente viviríamos de modo diferente.
En marzo de 1998 Ellie, una jovencita de 11 años de edad, acompañó a su madre al centro de Berkeley (California) para hacer unos mandados. Estacionaron el auto frente a un parquímetro, pusieron las monedas para una hora y se marcharon a sus trámites.
Al regresar, 40 minutos después, en el auto de su madre había una multa de U$S 20 por mal estacionamiento (parquímetro vencido). La madre de Ellie se enojó mucho, pero el parquímetro efectivamente aparecía con la bandera en rojo y se decidió pagar la multa pese a considerar que algo estaba mal.
Ellie no quedó conforme y pidió autorización a su maestra para realizar como trabajo de fin de año de su curso, un estudio de los parquímetros de la ciudad.
Ellie testeó como trabajo escolar 50 parquímetros con dinero de su propio bolsillo y descubrió lo siguiente:

  •   6% de los parquímetros eran exactos.
  • 28% de los parquímetros daban tiempo de más a favor de quienes estacionaban.
  • 66% TIEMPO DE MENOS (y generaban multas a favor del municipio).

Si bien en esto no había mala fe por parte del Municipio, ya que en realidad se trataba de parquímetros mecánicos (no digitales) con muchos años de antigüedad y cuyo mecanismo se iba desgastando y dejaba de ser exacto, su informe generó una verdadera revolución.

  • La ciudad de Berkeley gastó más de U$S 100.000 en reponer 200 parquímetros (y luego tuvo que hacerlo con 3200 adicionales).
  • Decenas de escuelas en los EE.UU. repitieron el experimento de Ellie en sus propias ciudades y descubrieron que las fallas eran iguales o mayores.
  • Grupos de ciudadanos empezaron juicios a sus municipios reclamando la devolución de las multas mal cobradas (todo en EE.UU. termina en un juicio en algún momento).
  • Ellie fue invitada a programas de radio y televisión de todo el país y su caso fue reproducido en la prensa.
  • Incluso, el Senador Quentin Kopp introdujo la Enmienda SB 1676 en California para lograr una ley que obligue a los Municipios a hacerse responsables de la exactitud de los parquímetros y de las multas que cobran a sus ciudadanos.

¡Ellie tenía sólo 11 años! ¿Qué hacía yo a los 11 años? ¿Qué hago ahora a los 40? ¿Qué hace usted, sea cual fuere la edad que tenga?
Esto es lo que se conoce como "el poder de uno". Esta es la capacidad de MODIFICAR y MEJORAR el mundo que nos rodea. Este es el poder que ha utilizado en definitiva Ghandi, la Madre Teresa de Calcuta o el estudiante de Pekín que se paró frente al tanque de guerra cuando lo de la represión en la plaza de Tianamenn.
Ese mismo poder está adentro suyo, aunque no sepa que lo tiene y aunque jamás lo haya usado.

LA MISIÓN DE LAS MANOS
(Mamerto Menapace)
No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo. Pero frente a los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el Dios de la historia venga, nos mirará las manos.
El hombre de la tierra no tiene el poder de suscitar la primavera. Pero tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la primavera. Y así que la primavera lo encuentra sembrando. Pero no sembrando la primavera; sino sembrando la tierra para la primavera. Porque cada semilla, cada vida que en el tiempo de invierno se entrega a la tierra, es un regalo que se hace a la primavera.
Es un comprometer las manos con la historia. Sólo el hombre en quien el invierno no ha asesinado la esperanza, es un hombre con capacidad de sembrar.
El contacto con la tierra engendra en el hombre la esperanza. Porque la tierra es fundamentalmente el ser que espera. Es profundamente intuitiva en su espera de la primavera, porque en ella anida la experiencia de los ciclos de la historia que ha ido haciendo avanzar la vida en sucesivas primaveras parciales.
El sembrador sabe que ese puñado de trigo ha avanzado hasta sus mansos de primavera en primavera, de generación en generación, superando los yuyales, dejándolos atrás. Una cadena ininterrumpida de manos comprometidas ha hecho llegar hasta sus manos comprometidas, esa vida que ha de ser pan. En este momento de salida del invierno latinoamericano es fundamental el compromiso de siembra. Lo que ahora se siembra, se hunde, se entrega, eso será lo que verdeará en la primavera que viene.
Si comprometemos nuestras manos con el odio, el miedo, la violencia vengadora, el incendio de los pajonales, el pueblo nuevo sólo tendrá cenizas para alimentarse. Será una primavera de tierras arrasadas donde sólo sobrevivirán los yuyos más fuertes o las semillas invasoras de afuera.
Tenemos que comprometer nuestras manos en la siembras. Que la madrugada nos encuentre sembrando. Crear pequeños tablones sembrados con cariño, con verdad, con desinterés, jugándonos limpiamente por la luz en la penumbra del amanecer. Trabajo simple que nadie verá y que no será noticia. Porque la única noticia auténtica de la siembra la da sólo la tierra y su historia, y se llama cosecha. En las mesas se llama pan.
Si en cada tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres se comprometen en esa siembra humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos. Porque nuestra tierra es fértil. Tendremos pan y pan para regalar a todos los hombres del mundo que quieran habitar en nuestro suelo. Si amamos nuestra tierra, que la mañana nos pille sembrando.

RESCATANDO UNA ESTRELLA DE MAR
Había una vez un sabio que solía ir a la playa a escribir. Tenía la costumbre de caminar por la playa antes de comenzar su trabajo. Un día,
mientras caminaba junto al mar, observó una figura humana que se movía
como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el
día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven y que el
joven no bailaba sino que se agachaba para recoger algo y suavemente
lanzarlo al mar. A medida que se acercaba saludó:
-Buen día. ¿Qué está haciendo?
El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió:
-Arrojo estrellas de mar al océano.
-Supongo que debería preguntar: ¿por qué arrojas estrellas de mar al océano?-, dijo el sabio.
El joven respondió:
-Anoche la tormenta dejó miles de estrellas en la playa, hoy hay sol fuerte y la marea está bajando. Si no las arrojo al mar, morirán.
-Pero joven, -replicó el sabio-, ¿no se da cuenta que hay cientos de kilómetros de playa y miles de estrellas de mar? ¿Realmente piensa que
su esfuerzo tiene sentido?
El joven escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otra
estrella de mar, la arrojó al agua y luego le dijo:
-Para aquélla, sí tuvo sentido.
La respuesta sorprendió al hombre. Se sintió molesto, no supo qué contestar y regresó a su cabaña a escribir.
Durante todo el día, mientras escribía, la imagen de aquel joven lo perseguía. Intentó ignorarlo pero no pudo. Finalmente al caer la tarde se dio cuenta de que a él, el científico, a él, el sabio, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción de aquel joven.
El joven había elegido no ser un mero observador en el universo y
dejar que pasara ante sus ojos. Había decidido participar activamente y
dejar su huella en él.
Se sintió avergonzado y esa noche se fue a dormir preocupado.
A la mañana siguiente se levantó sabiendo que debía hacer algo. Se vistió, fue a la playa, encontró al joven y pasó el resto de la mañana arrojando estrellas de mar al océano.