Perdón
“La vieja ley del ‘ojo por ojo’ termina dejando a todos ciegos.” (Martin L. King)

APRENDIENDO A PERDONAR
(Maru Sweeney)
Posiblemente es difícil encontrar en la historia de la humanidad a alguna persona que no haya experimentado sentirse herida por otra o por un suceso. Todos, en algún momento, han experimentado, en mayor o menor medida un resentimiento, que puede venir acompañado de tristeza, ira y hasta de venganza.
Se suele decir que una persona está resentida cuando se encuentra internamente dolida y retiene para sí el agravio. Este resentimiento puede desaparecer con el tiempo o por el contrario, acentuarlo, pudiendo transformar a una persona en un ser resentido.
La única forma de olvidar y dejar a un lado sentimientos negativos que afectan, principalmente a la persona herida, es aprendiendo a perdonar.
Cuando se habla de perdón se le suele asociar con una virtud de carácter religioso que denota principalmente caridad al prójimo. Sin embargo, el beneficio del perdón no es únicamente para los demás, sino para la persona que perdona.


Te perdono, no te perdono...
Hace unos meses, dos señores que habían sido infieles a sus esposas regresaron en busca de perdón y con la promesa de no incurrir nuevamente en el mismo error. Ante la noticia, ambas mujeres reaccionaron con tristeza, enojo y frustración. La primera optó por perdonar a su esposo. Acudieron a una terapia de pareja, analizaron qué había fallado en su relación y acordaron iniciar una nueva vida.
La segunda señora en cambio decidió tomar venganza sobre su esposo y así poder "castigarlo" por su error. Lo recriminaba a cada momento, lo chantajeaba, lo culpaba del comportamiento de los hijos. Como es lógico la pareja acabó por acentuar sus diferencias y terminó su relación matrimonial en medio de un conflicto que finalmente perjudicó en mayor medida a los propios hijos.
Aunque no es fácil perdonar a alguien que ha herido tan sensiblemente la propia autoestima, la primera señora optó por trabajar responsablemente en la reconstrucción de su relación, mientras que la segunda tomó el camino del odio y la venganza.

Aprendiendo a perdonar
Es frecuente que no se tenga el control de lo que se siente, pero siempre es posible hacerlo sobre lo que se piensa. Si una persona o evento del pasado provoca en otra un mal recuerdo, es conveniente recordar en su lugar eventos positivos.
Controlar los pensamientos es un buen antídoto si se tiene la intención de olvidar algo. Hay que recordar el dicho popular que dice "recordar es volver a vivir". ¿Quién que haya sufrido un daño quiere repetirlo? Esto sólo pasa si se recuerda el hecho constantemente.

Analizar detenidamente la ofensa
Partiendo de la base de que nadie es perfecto, es conveniente analizar si la ofensa recibida fue intencional o accidental.
Una pequeña ofensa puede hacer sentir a algunos como una agresión, esto se debe en la mayoría de los casos a una incorrecta utilización de la imaginación que en vez de favorecer la creatividad propia y la solución de problemas, se sale de control para inventar o exagerar ofensas donde ni siquiera las hay.

Aclarar en caso de duda
Es importante no tomar en cuenta las habladurías o los chismes, ya que estos tienden a malinterpretar o dar un significado equivocado de lo que se dijo o aconteció. Si se tiene duda lo mejor es acudir a la persona en cuestión y aclarar el asunto.

Comprensión
Otra forma de aprender a perdonar es ponerse en el lugar del otro y tratar de entender las razones que lo llevaron a cometer determinada acción.
Al descubrir que uno pudo incurrir en el mismo error si se encontrara en igualdad de circunstancias, perdona más fácilmente a la otra persona.

El rencor
La venganza es un sentimiento destructivo que busca obtener la reparación de un daño, pero que lejos de saciar una necesidad, contribuye a generar más resentimiento entre las partes.
Las desavenencias pueden perdurar toda una vida y en casos extremos pasar de una generación a otra.
Ninguna persona puede hacer olvidar a otra un agravio si ésta no lo permite.
El perdón es una opción personal como lo es seguir amarrado a un sentimiento de venganza que lo único que genera es un desgaste físico y emocional.

No quedar atado a la ofensa
El escritor alemán Johann W. Goethe decía que: "Donde se pierde el interés, también se pierde la memoria". Darle vueltas a un asunto puede plasmarlo más fijamente en la memoria y hará más difícil el tratar de olvidarlo.
Es imposible cambiar el pasado y el futuro es siempre incierto, lo único que tenemos es el presente y es elección personal de cada uno elegir qué rumbo quiere seguir. El optar por una vida llena de resentimientos de ninguna manera conduce a la felicidad.
Aunque parece imposible, cualquier persona tiene la facultad de perdonar, el secreto está en tener la voluntad de querer hacerlo.
El hombre que no sabe perdonar tiene atado su destino a los demás. En cambio la persona que sabe hacerlo tendrá un mejor control de sí mismo, le dará sentido a su existencia y en consecuencia contará con una vida más plena y feliz.

EL CARPINTERO
No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes
cayeron en un conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenían en 40
años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.
Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio  de palabras amargas seguido de semanas de silencio.
Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero. "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted requiera algunas pequeñas
reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser  de ayuda en eso".
"Sí", dijo el mayor de los hermanos, "tengo un trabajo  para usted. Mire al otro lado del arroyo aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor".
"La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su
bulldozer y desvió el cauce del arroyo para que quedara entre nosotros".
"Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero
verlo nunca más."
El carpintero le dijo: "Creo que comprendo la situación. Muéstreme dónde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho."
El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo.
El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.
El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó. ¡No había ninguna cerca de dos metros! En su lugar había un puente. ¡Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo! Era una fina
pieza de arte, con pasamanos y todo.
En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y
abrazando a su hermano le dijo: "Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho".
Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el
carpintero tomaba sus herramientas. "¡No, espera!", le dijo el hermano mayor. "Quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti", le dijo el
hermano mayor al carpintero.
"Me gustaría quedarme", dijo el carpintero, "pero tengo muchos puentes por construir".

EL PODER DE DESPEDIDA DEL PERDÓN
(Elizabeth Lukas)
La vida es un constante avance, una constante despedida. Sin importar de qué o de quién debamos despedirnos, la despedida sólo se logra si es en buenos términos, pues lo que no está en paz no puede reposar. Lo arrastramos por el presente como una carga pesada y envenena nuestro futuro.
Particularmente las riñas, los conflictos y desavenencias familiares son lastres pesados que frenan nuestra marcha y nos impiden avanzar en lo específicamente nuestro.
Nada se logra cavilando sin cesar sobre quién fue el primero en ofender al otro. La falta de amor no puede justificarse aduciendo falta de amor por parte de los demás. Quien lo haga estará engañándose a sí mismo.
Sólo un acto sencillo y sublime tiene sentido: el perdón. “Sencillo” no equivale a “fácil”, sino a que alivia, descarga nuestra conciencia de una sola vez. El que logra perdonar sinceramente y de todo corazón, traza una línea final, y limpia toda una etapa de su vida de las ramificaciones del odio.
Por fin, es posible despedirse de ella y retomar el camino propio sin lastres, pues ya no traban nuestro avance y vuelven al lugar insignificante, a partir del cual fueron creciendo desmesuradamente.

LAS TRES PIPAS
(Mamerto Menapace)
Una vez un miembro de la tribu se presento furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad.  El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa.  Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.  También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.
Después regresó adonde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre, medio molesto pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo su tabaco y su problema.
Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto.  Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho".  El
jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del
árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía
decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo".

LLEVAR PIEDRAS

Un maestro propuso a sus discípulos el siguiente relato:
-Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra e igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre?
-Que es un necio -respondió uno de los discípulos-. ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?
Dijo el maestro:
-Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.
Desde aquel día los discípulos se hicieron el propósito de no cargar nunca el peso del odio o del resentimiento.

PERDONARSE A UNO MISMO
(Alfonso Aguiló)
Todos sabemos que, muchas veces, perdonar es difícil. Pero quizás para algunos sea especialmente difícil perdonarse a uno mismo. Y están tristes porque no se perdonan sus propios fracasos, porque alimentan sus errores dándoles vueltas en su memoria, porque parece que se empeñan en mantener abiertas sus propias heridas. Son como cadenas que se ponen a sí mismos, cárceles en las que se encierran voluntariamente.
A lo mejor están tristes y sienten dentro del corazón como una especie de lanza que les amarga la existencia, porque cargan con una responsabilidad que no les corresponde, por un fracaso que no es suyo, al menos en su totalidad.
Sucede a veces, por ejemplo, con la educación de los hijos. Unas veces se falla porque se hace mal, otras porque hay circunstancias ajenas que lo estropean sin culpa de los padres, y otras simplemente porque los hijos son libres. En cualquier caso, la solución nunca es dejarse consumir por la tristeza, sino rectificar en lo posible el rumbo, procurar aprender, intentar recuperar el terreno que se haya perdido, mirar al futuro con esperanza.
La falta de perdón para uno mismo suele generar tristeza, y una y otra tienen su origen en el orgullo. Y así como el orgullo del que es simplemente vanidoso, o de quien está pagado de sí mismo, es el más corriente y menos peligroso; en cambio, pasarse la vida dando vueltas a los propios errores suele ser señal de un orgullo más refinado y destructivo.
Es preciso aprender a aceptarse serenamente a uno mismo. Aceptarse, que nada tiene que ver con una claudicación en la inevitable lucha que siempre acompaña a toda vida bien planteada, sino que es encontrar un sensato equilibrio entre exigirse y comprenderse a uno mismo.
Conociéndose un poco es fácil saber cómo hacer frente a esos desánimos que acompañan a los propios errores y fracasos. Son instantes de hundimiento y de desazón, bajones de ánimo que pretenden ganarnos la partida de la vida.
Conviene pararse a pensar en las razones que los producen. A veces nos avergonzará ver cómo pueden desanimarnos contratiempos tan tontos, cómo cosas de tan poca importancia pueden hacernos pasar de la euforia al abatimiento, o viceversa, de forma tan rápida. Para superarlos, conviene hacer un esfuerzo de reflexión, un serio intento para ser objetivo, para ver cómo alejar esas sombras de pesimismo que asaltan inadvertidamente a todos y que tantas veces no dejan ver la cara soleada de la vida.

¿RECUERDAS LO DEL PATO?
Había un pequeño niño visitando a sus abuelos en su granja. El tenía una gomera con la que jugaba todo el día. Practicaba con ella en el bosque pero nunca lograba dar en el blanco. Estando un poco desilusionado por ello, regresó a casa para la cena.
Al acercarse a casa, divisó al pato, mascota de la abuela. Sin poder
contenerse él usó su gomera y le pegó al pato en la cabeza, matándolo. Estaba triste y espantado, y todavía en pánico, escondió el cadáver del pato en el bosque. Pero se dio cuenta que su hermana lo estaba observando. Ella lo había visto todo pero no dijo nada.
Después de comer, la abuela dijo: "Sally, acompáñame a lavar los platos."
Pero Sally dijo: "Abuela, Johnny me dijo que hoy quería ayudarte en la cocina, ¿no es cierto, Johnny? Y ella le susurró al oído a él: "¿Recuerdas lo del pato?"  Entonces, sin decir nada, Johnny lavó los platos.
En otra ocasión, el abuelo preguntó a los niños si querían ir de pesca, y la
abuela dijo: "Lo siento pero Sally debe ayudarme a preparar la comida." Pero
Sally con una sonrisa dijo: "Yo sí puedo ir, porque Johnny me dijo que a él
le gustaría ayudar." Nuevamente le susurró al oído "¿Recuerdas lo del pato?" Entonces Sally fue a pescar y Johnny se quedó.
Transcurridos muchos días en que estaba haciendo sus propias tareas y las de Sally, finalmente él no pudo más. Fue donde la abuela y confesó que él había
matado al pato. Ella se arrodilló, le dio un gran abrazo y le dijo: "Amorcito, yo ya lo sabía. Estuve parada en la ventana y lo vi todo, pero porque te amo te perdoné. Lo que sí me preguntaba era hasta cuando tú permitirías que Sally te tuviera como esclavo."