Oración
“Hablar con Dios es más importante que hablar sobre Dios.” (San Agustín)
EL MURO
Dicen que una vez, un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores en las que él había estado.
Con tal desesperación, elevó una plegaria a Dios, de la siguiente manera: "Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no
entren a matarme".
En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba, y vio que apareció una arañita. La arañita empezó a tejer una
telaraña en la entrada.
El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez mas angustiado: "Señor te pedí ángeles, no una araña."
Y continuó: "Señor por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme".
Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observó a la arañita tejiendo la telaraña.
Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva en la que se
encontraba el hombre y este quedó esperando su muerte. Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva en la que se hallaba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada. Entonces se escuchó esta conversación entre los dos perseguidores:
- Vamos, entremos a esta cueva.
- No. ¿No ves que hasta hay telarañas? Nadie ha entrado en esta cueva. Sigamos buscando en las demás cuevas.
En nuestra oración, solemos pedir cosas que desde nuestra perspectiva son las que necesitamos. A menudo, Dios nos da algo distinto. Es cuestión de confiar en la providencia de Dios, quien nunca abandona a los suyos.
EL RELOJERO
(Mamerto Menapace)
De esto hace mucho tiempo. Época en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.
Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.
Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.
Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.
Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.
La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.
-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.
Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de descanso.
Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya n estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.
Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.
Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.
Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.
Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.
La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.
La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.
LA CIENCIA Y EL PODER CURATIVO DE LA ORACIÓN
(Tomado de “Nuevas Pruebas: Rezar Sana”, de Marianne Szegedy-Maszak)
Aunque toda su vida ha profesado la fe católica, Geri Stratman, residente de Omaha, Nebraska, de 75 años, no se considera particularmente devota; sin embargo, cuando un médico le diagnosticó linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer, de inmediato se puso a rezar. Pronto su familia también estaba orando por ella: sus cinco hijos, un hermano que es sacerdote y cuatro hermanas, de las cuales una es monja. Además, acudió a las Siervas de María, congregación de religiosas que se dedican a cuidar enfermos y a rezar por ellos, en especial por los que padecen cáncer. Cada mes, esta orden recibe una lista de nombres de entre 75 y 100 personas que necesitan que se ore por ellas. La hermana Jean Morrow, priora provincial de la congregación en Omaha, explica: "En realidad, no es que los enfermos esperen un milagro en forma de una curación física. Más bien buscan obtener fortaleza y ánimo al saber que otras personas se preocupan por ellos y los apoyan con sus oraciones".
Geri Stratman sintió ese apoyo. ¿Tuvo algún efecto? "Estaba yo en un grupo de seis personas y todas teníamos algún tipo de cáncer", cuenta. "Soy la única que queda con vida y no sé porqué. En ocasiones me pregunto porqué sobreviví, si las demás tenían tanta fe y rezaron tanto como yo".
Ésta es una de esas preguntas que quizá nunca nadie llegue a responder satisfactoriamente, pero seguimos intentándolo. Analizar y cuantificar los efectos de la oración sobre la salud se ha vuelto un prolífico campo de estudio científico (algunos lo llaman seudocientífico). Los investigadores están tratando de saber si la eficacia de la oración se puede evaluar de la misma manera que la de otros tratamientos. Para ello, han realizado estudios con personas enfermas: además de medicamentos y terapia, algunas reciben el beneficio de que se rece por ellas, mientras que otras que padecen la misma enfermedad reciben sólo el tratamiento habitual.
Uno de los primeros estudios se llevó a cabo en la unidad coronaria del Hospital General de San Francisco, California, en 1988. Los investigadores observaron que los pacientes por quienes rezaban otras personas tendían a recuperarse con menos complicaciones que los que recibían sólo el tratamiento habitual; además, esos enfermos necesitaron 80 por ciento menos antibióticos que los otros pacientes, y su riesgo de presentar inflamación pulmonar se redujo en 66 por ciento.
Algunas personas cuestionan la validez científica de estos estudios y sus hallazgos, pero los resultados son tan asombrosos que el Centro Nacional de Medicina Complementaria y Alternativa de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos ha destinado 6.2 millones de dólares en dos años a la investigación del vínculo entre la salud y la oración, la espiritualidad y la meditación.
Los creyentes no dudan que rezar ayuda a sanar. Una encuesta reciente realizada por el Centro Nacional de Estadísticas sobre Salud de Estados Unidos reveló que 43 por ciento de la población adulta de ese país había orado por su propia salud a lo largo del año anterior, y que más de la mitad de los encuestados habían rezado por su salud en algún momento de su vida. Además, los cardiólogos afirman que 97 por ciento de sus pacientes imploran a Dios unas horas antes de someterse a una operación.
En una encuesta por Internet realizada en 2004 por la revista U. S. News y por Beliefnet, el principal sitio multirreligioso de la Red (beliefnet.com), el 41 por ciento de los 5600 participantes dijo que rezaba por su salud "todo el tiempo". De aquellos que oraban, el 71 por ciento dijo que lo hacía para curarse de cáncer, dolor crónico u otro padecimiento físico, y 65 por ciento para aliviarse de trastornos emocionales o mentales. Uno escribió: "Sufría depresión grave, y si no hubiera orado a fin de darme ánimos y fuerza para seguir adelante, no lo habría superado".
Otros participantes en la encuesta dijeron que rezar había obrado en ellos curaciones repentinas y sorprendentes. "Me iban a someter a una operación a corazón abierto para desobstruirme tres arterias", contó uno. "Mis amigos y parientes rezaron, y a la mañana siguiente el médico me dijo que tenía las arterias tan despejadas como las de un adolescente".
Alguien más refirió: "Mi hija se alivió de todas las secuelas de un nacimiento traumático que supuestamente le iban a quitar la vida o a dejarla con una discapacidad grave. Ahora goza de excelente salud".
En cuanto a las plegarias que no son escuchadas, casi el 74 por ciento de los participantes en la encuesta señalaron que, en tales casos, no obtener respuesta es la voluntad de Dios. Más del 33 por ciento de las personas dijo que el principal propósito de la oración es "acercarse a Dios"; 28 por ciento coincidió en que el propósito es "buscar la guía de Dios", y 67 por ciento dijo que en los últimos seis meses había rezado todo el tiempo para dar gracias a Dios.
El sentimiento de relación con un ser divino tiene efectos psicológicos profundos. Rezar puede reducir la ansiedad y la preocupación, proporcionar tranquilidad y despertar la solidaridad de la gente. También ayuda a modificar malas conductas, como han comprobado muchos alcohólicos y drogadictos en rehabilitación.
En síntesis, la oración tiene que ver con dominios de la conciencia que aún no hemos explorado; con lo que los creyentes llaman el alma, el espíritu o alguna otra parte inmaterial del ser humano. Resulta irrelevante si los rezos obtienen respuesta o no: para los creyentes, el verdadero poder de la oración jamás residirá allí.
El poder curativo de la oración
Aunque no existen pruebas absolutas de que rezar cura, muchos médicos citan casos de recuperación que no pueden atribuirse a otra causa. Se sabe que la fe y la espiritualidad reducen el estrés y estimulan el sistema inmunitario. "Al entrevistar a unos pacientes ancianos para un estudio", dice Colleen McClain-Jacobson, investigadora de la Universidad Fordham de Nueva York, "observé que aquellos para quienes la religión había sido parte fundamental de su vida gozaban de mejor salud que los que eran ateos. Al parecer, hay una relación entre la fe y la función inmunitaria".
Un estudio de adultos mayores realizado en 1997 por Harold Koenig, del Centro Médico de la Universidad Duke, reveló que los que asistían a oficios religiosos con regularidad corrían menor riesgo de tener una concentración alta de interleucina-6, proteína de la respuesta inmunitaria relacionada con factores inflamatorios, lo que indicaba un sistema inmunitario más sano que el de aquellos que no asistían. En otro estudio llevado a cabo un año después con 4000 adultos, Koenig observó que los que rezaban a diario y asistían a oficios religiosos todas las semanas eran menos propensos a la hipertensión que los que no oraban ni iban a la iglesia. Un estudio efectuado en 2004 por la Universidad de Iowa encontró un vínculo entre asistir a la iglesia y la longevidad.
En un estudio efectuado en 2001 con mujeres que presentaban metástasis de cáncer mamario, S. E. Sephton, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Louisville, descubrió que las que consideraban importante la espiritualidad tenían un mayor recuento total de leucocitos y linfocitos que las que no, lo que indicaba un sistema inmunitario más fuerte.
Un estudio de enfermos de sida realizado en 2002 mostró que los pacientes más religiosos presentaban una menor concentración de la hormona del estrés cortisol que los otros, y que la frecuencia con que rezaban se relacionaba de manera significativa con el tiempo de supervivencia.
ORACION SIMPLE
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz,
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo la unión,
donde haya error, ponga yo la verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo la esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Señor, que no busque tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque es dando, como se recibe,
es olvidándose como uno se encuentra,
es perdonando como se es perdonado,
es muriendo, como se resucita a la vida eterna.
ORAR CON LA SILLA
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo.
"Supongo que me estaba esperando", le dijo.
"No. ¿Quién es usted?", dijo el hombre.
"Soy el sacerdote que su hija llamo para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo estaba viniendo a verlo".
"Oh sí, la silla", dijo el hombre enfermo. "¿Le importa cerrar la puerta?"
El sacerdote sorprendido la cerró.
"Nunca le he dicho esto a nadie, pero... toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. Entonces, hace mucho tiempo, abandoné por completo la oración. Esto ha sido axial en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo:
‘José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Dios. axial es como te sugiero que lo hagas. Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía en frente tuyo, luego con fe miras a Dios sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo pues Él nos dijo: “Yo estaré siempre con ustedes”. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo’.
Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija pues me internaría de inmediato en la casa de los locos".
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo. Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamóo al sacerdote para decirle que su padre había fallecido.
El sacerdote le pregunto:
"¿Falleció en paz?".
"Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde, me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer las compras, una hora mas tarde, ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?"
El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió:
"Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera".
LA BIBLIA ES PARA LOS CATÓLICOS
(Mary Elizabeth Sperry)
La Biblia nos rodea. La gente oye las lecturas de la Sagrada Escritura en la iglesia. Tenemos leyes que toman su nombre de la historia del “buen samaritano” (Lucas 10), damos la bienvenida a casa al “hijo pródigo” (Lucas 15) y buscamos la “Tierra Prometida” (Éxodo 3, Hebreos 11). Algunos pasajes bíblicos se han convertido en refranes y expresiones populares, tales como “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos” (Mateo 7, 12), “No robarás” (Éxodo 20, 15), “Amen a sus enemigos” (Mateo 22, 39).
El católico de hoy está llamado a una lectura inteligente y espiritual de la Biblia.
A continuación se ofrecen diez sugerencias para una lectura fructífera de la Sagrada Escritura.
1. Leer la Biblia sí es para los católicos. La Iglesia alienta a los católicos a que hagan la lectura de la Biblia parte de su vida diaria de oración. Al leer estas palabras inspiradas, las personas profundizan en su relación con Dios y llegan a entender su lugar en la comunidad de aquellos que Dios ha llamado para sí.
2. Orar al principio y al final. Leer la Biblia no es como leer una novela o un libro de historia. Deberíamos comenzar con una oración pidiendo al Espíritu Santo que abra nuestro corazón y nuestra mente a la Palabra de Dios. La lectura de la Sagrada Escritura debería terminar también con una oración para que esta Palabra dé fruto en nuestra vida, ayudándonos a ser personas más santas y más fieles.
3. ¡Entérese de toda la historia! Al escoger una Biblia, busque una edición católica. La edición católica incluye la lista completa de los libros que la Iglesia considera sagrados, así como introducciones y notas para comprender el texto. La edición católica incluye una nota de imprimatur en el reverso de la página del título. El imprimatur indica que el libro está libre de errores doctrinales según la enseñanza católica.
4. La Biblia no es un libro; es una biblioteca. La Biblia es una colección de 73 libros escritos en el curso de muchos siglos. Los libros incluyen historia de los reyes, profecías, poesía, cartas que retan a nuevas comunidades de creyentes en dificultades, y relatos de la predicación y la pasión de Jesús transmitida por parte de los creyentes. El conocimiento del género literario del libro que se está leyendo le ayudará a entender las herramientas literarias que usa el autor y el significado que éste trata de transmitir.
5. Sepa qué es la Biblia —y también lo que no es. La Biblia es el relato de la relación de Dios con el pueblo que Él ha escogido para sí. No está escrita para ser leída como un libro de historia, ni de ciencia, ni como un manifiesto político. En la Biblia, Dios nos enseña aquellas verdades que necesitamos para el bien de nuestra salvación.
6. La suma es mayor que las partes. Lea la Biblia en su contexto. Lo que sucede antes y después—incluso en otros libros—nos ayuda a entender el verdadero significado del texto.
7. Lo antiguo tiene relación con lo nuevo. El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento se iluminan el uno al otro. Aunque leamos el Antiguo Testamento a la luz de la muerte y resurrección de Cristo, éste tiene también su valor propio. Juntos, estos testamentos nos ayudan a entender el plan de Dios para la humanidad.
8. No están leyendo solos. Al leer y reflexionar sobre la Sagrada Escritura, los católicos se unen a aquellos hombres y mujeres fieles que han tomado en serio la Palabra de Dios y la han puesto en práctica en su vida. Leemos la Biblia en la tradición de la Iglesia para beneficiarnos de la santidad y sabiduría de todos los fieles.
9. ¿Qué me está diciendo Dios? La Biblia no se dirige sólo a gente que murió hace mucho tiempo en un lugar lejano. También se dirige a cada uno de nosotros en sus propias circunstancias. Cuando leemos, debemos entender lo que dice el texto y cómo han entendido los fieles su significado en el pasado. A la luz de este entendimiento, entonces nos preguntamos: ¿qué me dice Dios a mí?
10. Leer no es suficiente. Si la Sagrada Escritura se queda sólo en palabras en una página, nuestra tarea no ha terminado. Necesitamos meditar sobre el mensaje y ponerlo en práctica en nuestra vida. Sólo entonces puede la palabra ser “viva y eficaz” (Hebreos 4:12).
HISTORIA DE UNA DOCTORA EN ÁFRICA
Una noche, yo había trabajado duro para ayudar a una madre en su trabajo de parto; pero a pesar de todo lo que pudimos hacer, ella murió dejándonos con un bebé prematuro diminuto y una hija de dos años que lloraba. Habríamos tenido dificultad en mantener con vida al bebé, ya que no teníamos incubadora (ni siquiera teníamos electricidad para hacer funcionar una incubadora).
Tampoco teníamos facilidades para darle alimentación especial. A pesar de vivir en el ecuador geográfico, las noches a menudo eran frías con corrientes de aire traicioneras. Una comadrona estudiante fue a traer la caja que teníamos para esos bebés y la frazada de algodón en la que debería envolverse al bebé.
Otra fue a avivar el fuego y a llenar una bolsa con agua caliente. Regresó rápido apenada a decirme que al llenar la bolsa, esta se había reventado (el plástico fácilmente se echa a perder en los climas tropicales). Exclamó, '¡Y es nuestra última bolsa para agua caliente!'
Igual que en occidente, no es bueno llorar sobre la leche derramada. Así también es en el África Central; no es bueno llorar sobre una bolsa para agua caliente estallada. Éstas no se dan en los árboles, y no hay farmacias en los extravíos de la selva.
'Está bien,' le dije, 'ponga al bebé tan cerca del fuego con todo el cuidado que pueda, y duerma entre el bebé y la puerta para librarlo de los vientos. Su trabajo es mantener al bebé con calor.' La tarde siguiente, tal como lo hacía la mayoría de días, fui a orar con algunos de los niños del orfanato que elegían reunirse conmigo. Yo les di a los más jóvenes varias sugerencias de cosas por las cuales orar y les conté del diminuto bebé. Les expliqué nuestro problema de mantener al bebé lo suficientemente cálido, mencionando lo de la bolsa para agua caliente, y que el bebé podría morir demasiado fácil si se enfriaba. También les conté de la hermanita de dos años, llorando porque su mamá había muerto.
Durante el tiempo de oración, una niña de diez años, Ruth, oró con la forma usual concisa y sin remilgos de nuestros niños africanos. 'Por favor, Dios' oró ella, 'envíanos una bolsa para agua caliente. No nos servirá mañana, Dios, porque el bebé ya estará muerto, así que por favor envíanosla esta tarde.'
En lo que me tragaba una bocanada de aire frente a la audacia de la oradora, ella agregó, ' ¿Y a la vez, podrías por favor enviarnos una muñeca para la pequeña hermana para que sepa que realmente la amas?'
Como pasa con la oración de los niños, fui puesta en un apuro. Podía decir yo honestamente, 'Amén'. Simplemente no creí que Dios pudiera hacer esto. Oh, sí, yo sé que Dios todo lo puede, la Biblia dice así. Pero hay límites y manera de manifestarse ante nosotros, ¿o no? La única forma en que Dios podía responder a esta oradora muy particular sería enviándome un paquete desde mi país. Yo había estado en África por casi cuatro años para ese entonces, y nunca, nunca había recibido un paquete enviado desde mi país. De todos modos, si alguien me envió un paquete, ¿quién pondría una bolsa para agua caliente? ¡Yo estaba viviendo en el ecuador geográfico!
A media tarde, cuando estaba dando clases a las enfermeras, recibí el mensaje de que un carro estaba estacionado en la puerta de enfrente de mi residencia.
Cuando llegué a mi casa, el carro ya se había ido, pero allí, sobre la baranda, había un paquete grande de quince kilos. Sentí lágrimas mojando mis ojos. No podía abrir el paquete yo sola, así que mandé a llamar a los niños del orfanato.
Juntos tiramos de las cintas, deshaciendo cuidadosamente cada nudo. Doblamos el papel, cuidando de no romperlo demasiado. La excitación iba en aumento.
Algunos treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja de cartón.
De arriba, saqué unos jersey de punto de colores brillantes. Los ojos relumbraban conforme los levantaba. Después había las vendas de punto para los pacientes leprosos, y los niños mostraron un leve aburrimiento. Luego venía una caja de pasas mixtas con pasas de Esmirna -éstas harían una porción para el pan del fin de semana. A continuación, cuando volví a meter la mano, pensé ¿...estoy sintiendo lo que en realidad es? Agarré y saqué sí, una bolsa para agua caliente, nueva. Lloré. No le había pedido a Dios que me la enviara; porque realmente no creí que Él pudiera hacerlo. Ruth estaba al frente de la fila que formaban los niños. Ella se abalanzó, afirmando, '¡Si Dios nos envió la bolsa, debió mandarnos también la muñeca!'
Hurgando hasta el fondo de la caja, ella sacó la muñeca pequeña y bellamente vestida. ¡Sus ojos brillaron! ¡Ella nunca dudó!
Mirándome, preguntó: '¿Puedo ir con usted y darle esta muñeca a la niña, para que ella sepa que Jesús la ama en realidad?'
El paquete había estado en camino por cinco meses completos. Empacado por mis antiguos alumnos de la escuela dominical, cuyo líder había escuchado y obedecido a Dios urgiéndole a enviar una bolsa para agua caliente, a pesar de que iba para el ecuador geográfico. Y una de las niñas había puesto una muñeca para una niña africana -cinco meses antes, en respuesta a la oradora de diez años que creyó y pidió que lo trajera 'esa tarde.'
Isaías 65:24, Para Dios no hay nada imposible.