Fe
“Cuando el hombre no cree en Dios, no es que no cree en nada; cree en cualquier cosa.” (Chesterton)

BORGES Y UN AVE MARÍA
(Pablo Caruso, para LaGaceta.es)

El escritor se percató de que sus dudas de fe hacían sufrir a la persona que más amaba, su madre.

      Alguien que conozco dice que la duda es la jactancia de los intelectuales. Supongo que lo pensó después de haber oído a Jorge Luis Borges, cuando alguna vez se le preguntaba sobre la vida después de la muerte. Borges, al menos es lo que decía, dudaba de la trascendencia del hombre. La duda es uno de los nombres de la inteligencia. No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno, respondía. Y se quedaba tan campante.

      Eran frases de una personalidad magnética, brillante y contradictoria que hacían las delicias de los habitantes de ciertos cenáculos. ¿Y qué puede decirnos Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida? Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.

      Ácido y ríspido. Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles, decía en alguna ocasión, lo cual le trajo alguna humillación laboral. Así era Borges. En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percató de que algunas afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más amó en este mundo: su madre. Una mujer creyente y piadosa. Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía —de la buena— que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.

      El teléfono sonó a horas angustiantes: “Te vamos a matar a vos y a tu hijo”, dijo la voz. Doña Leonor, ya postrada, le dijo con toda tranquilidad: Vea señor, tengo más de 90 años y si no se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero antes. Y se quedó en paz. Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.

      A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una “estrella en el aljibe”, como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya está muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el “buen combate”.

      "No estoy retirado", me aclaró. Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor. La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo —en mi beneficio, claro está— de este hombre de Dios. Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino.

      ¿Sabes?, me dijo mi amigo, "me gustaría que lo cuentes". "Hazlo con delicadeza, pero cuéntalo". Ella, doña Leonor, amaba a ese hijo y su primera preocupación era su alma, por tanto, rezó mucho por este asunto. Un día decidió sacar este tema. "Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? ¿De verdad dudas de la existencia de Dios?". La directa pregunta de doña Leonor logró hacer tartamudear más de lo habitual al escritor, eterno candidato al premio Nobel de Literatura.

      "Lo que pasa, madre, es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto", respondió el autor del El Aleph. Entonces, doña Leonor le tomó la mano y le susurró: "Prométeme que recitarás un Ave María todas las noches. Te pido que lo hagas cuando te retires a dormir. Hazlo, aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras a mí el beso de las buenas noches". "Sabes, madre, yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos". Doña Leonor se quedó un rato en silencio. "Entonces, tengo que admitir que me has sobornado muchas veces. Lo has hecho cuando me dabas un beso antes de pedirme algo que querías". Borges sonrió. Tiempo después, el escritor admitió a un amigo suyo que, por amor a su madre, nunca se había olvidado de recitar todas las noches esa sencilla oración mariana.

      Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, a los 87 años. Ante la sorpresa de las pocas personas que le rodeaban en su lecho de muerte, pidió ver a un sacerdote católico. Así se hizo. Esto que hoy cuento ocurrió hace algunos años. Mi anciano amigo sacerdote nunca me dijo cuándo lo debía contar. Quiero hacerlo hoy y no sé por qué.

      Voces y caras extrañas vendrán seguramente a desmentirme… ¿Y qué?

      Aclaración: la oración no es un soborno sino un diálogo de amor. El peor Avemaría es el que no se reza nunca. “Oren con amor” dice la Virgen en Medjugorje, pero más vale un Avemaría por superstición que ninguna oración. La Virgen se va a encargar que con el tiempo le demos el significado correcto de amor a las palabras.

BÚSQUEDA DE DIOS
(San Anselmo de Canterbury)

Enséñame cómo buscarte...
Señor Dios, enséñame dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte...
Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor,
y yo nunca te he visto.
Tú me has modelado y me has remodelado,
y me has dado todas las cosas buenas que poseo,
y aún no te conozco...
Enséñame cómo buscarte...
porque yo no sé buscarte si tú no me enseñas,
ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí.
Que te busque en mi deseo,
que te desee en mi búsqueda,
que te busque amándote
y que te ame cuando te encuentre.
 

Carta de Amor del Padre
Mi Hijo…

Tal vez no me conozcas, pero Yo sé todo sobre ti... (Sal 139:1)

Yo sé cuando te sientas y cuando te levantas... (Sal 139:2)

Todos tus caminos me son conocidos... (Sal 139:3)

Hasta todos los cabellos de tu cabeza están contados... (Mt 10:29-31)

Porque tú fuiste hecho a mi imagen... (Gn 1:27)

En mí tú vives, te mueves y existes... (Hch 17:28)

Porque tú eres mi descendencia... (Hch 17:28)

Te conocí aún antes de que fueras concebido... (Jr 1:4-5)

Yo te elegí cuando planeé la creación... (Ef 1:11-12)

Tú no fuiste un error, porque todos tus días están escritos en mi libro... (Sal 139:15-16)

Yo decidí el momento exacto de tu nacimiento y dónde vivirías... (Hch 17:26)

Tú has sido creado de forma admirable y maravillosa... (Sal 139:14)

Yo te formé en el vientre de tu madre... (Sal 139:13)

Y fui quien te hizo nacer... (Sal 71:6)

Yo he sido mal representado por aquellos que no me conocen... (Jn 8:41-44)

No estoy enojado y distante, sino que soy la manifestación perfecta del amor... (1 Jn 4:16)

Y es mi deseo brindarte mi amor simplemente porque tú eres mi hijo y Yo tu padre... (1 Jn 3:1)

Te ofrezco mucho más que lo que un padre terrenal podría darte... (Mt 7:11)

Porque soy el Padre Perfecto... (Mt 5:48)

Cada don que recibes viene de mis manos... (St 1:17)

Porque Yo soy tu proveedor, quien atiende todas tus necesidades... (Mt 6:31-33)

Mi plan para tu futuro está siempre lleno de esperanza... (Jr 29:11)

Porque te amo con amor eterno... (Jr 31:3)

Mis pensamientos sobre ti son incontables como la arena en la orilla del mar... (Sal 139:17-18)

Me regocijo de ti con cánticos... (So 3:17)

Nunca dejaré de hacerte bien... (Jr 32:40)

Porque eres mi tesoro más preciado... (Ex 19:5)

Deseo que te establezcas con todo mi corazón y toda mi alma... (Jr 32:41)

Y quiero mostrarte cosas grandes y maravillosas... (Jr 33:3)

Si me buscas con todo tu corazón, me encontrarás... (Dt 4:29)

Deléitate en Mí y te concederé las peticiones de tu corazón... (Sal 37:4)

Porque Yo soy quien obra en tus deseos... (Flp 2:13)

Puedo hacer por ti mucho más de lo que tú podrías imaginar... (Ef 3:20)

Porque Yo soy quien más te anima... (2 Ts 2:16-17)

Soy el Padre que te consuela ante todos tus problemas... (2 Co 1:3-4)

Cuando tienes roto el corazón, allí estoy cerca tuyo... (Sal 34:18)

Así como el pastor carga a un cordero, Yo te llevo a ti cerca de mi corazón... (Is 40:11)

Llegará el día en que enjugaré cada lágrima de tus ojos, y quitaré todo el dolor
que hayas sufrido en esta tierra... (Ap 21:3-4)

Yo soy tu Padre, y te amo como a mi hijo, Jesús... (Jn 17:23)

Porque en Jesús, mi amor hacía ti ha sido revelado... (Jn 17:26)

Él es la representación exacta de lo que soy... (Hb 1:3)

Él ha venido a demostrar que si estoy contigo, nadie podrá contra ti... (Rm 8:31)

Y también a decirte que no estaré teniendo en cuenta tus pecados... (2 Co 5:18-19)

Porque Jesús murió para que tú y Yo pudiéramos reconciliarnos... (2 Co 5:18-19)

Su muerte ha sido la mayor expresión de mi amor hacia ti... (1 Jn 4:9)

Por mi amor hacia ti, di todo para ganar tu amor... (Rm 8:31-32)

Si tú recibes el regalo de mi Hijo Jesús, me recibes a Mí... (1 Jn 2:23)

Y nada podrá separarte otra vez de mi amor... (Rm 8:38-39)

Vuelve a casa y celebraré el mayor banquete que jamás hayas visto... (Lc 15:7)

Yo siempre he sido Padre, y por siempre seré Padre... (Ef 3:14-15)

La pregunta es... ¿quieres ser mi hijo?... (Jn 1:12-13)

Te estoy esperando... (Lc 15:11-32)

...Con Amor, Tu Padre,
Dios Todopoderoso

(Recopilado por Barry Adams)

CREER APASIONADAMENTE
(José Luis Martín Descalzo)

Hace un montón de días que me persigue una pregunta de Jean Rostand: «Los que creen en Dios, ¿piensan en él tan apasionadamente como nosotros, que no creemos, pensamos en su ausencia?».

            La cuestión me ha herido porque me parece exactísima: tampoco yo he entendido jamás que se pueda creer en Dios sin sentir entusiasmo por él.  Y siempre me ha aterrado esa especie de «anemia espiritual» en la que, con frecuencia, se convierte la fe.

            Y la fe puede ser un terremoto, no una siesta; un volcán, no una rutina; una herida, no una costra; una pasión, no un puro asentimiento.  ¿Cómo se puede creer -de veras, de veras- que Dios nos ama y no ser feliz?  ¿Cómo podemos pensar en Cristo sin que el corazón nos estalle?

            Me enfurece la idea de que la gente de mundo crea con más apasionamiento en las cosas del mundo que los creyentes en las cosas de la fe.  ¿Por qué un cura ha de vivir su ordenación con menos pasión o menos gozo del que sienten dos enamorados?  ¿Cómo puede un teólogo hablar de Dios con menos entusiasmo que el esposo de la esposa o el padre de sus hijos?  ¿Por qué los creyentes gozan menos en las iglesias que los espectadores en el cine?  ¿Es, acaso, que Dios es más aburrido que la televisión?

            ¡Qué difícil es, sin embargo, encontrar creyentes rebosantes!  ¡Y qué gusto cuando alguien te habla de su fe con los ojos brillantes, saliéndose Cristo por la boca a borbotones!

            Confieso que lo que más me molesta de un sermón es que sea aburrido.  Y no por razones literarias, sino porque todo el que aburre cuando habla es que no siente lo que dice.  Cuando, en cambio, me encuentro con un cura que a lo mejor habla mal y dice cosas poco novedosas, pero las dice con pasión, con gozo de decir lo que predica, entonces uno respira porque yo nunca podré aceptar la fe de alguien que no es feliz con ella.  Si yo fuera profesor de un seminario me preocuparía menos de que los alumnos aprendiesen a hablar bien que de que hablasen sonriendo, no con sonrisas de esas que se ensayan delante de un espejo, sino con esas sonrisas que te salen del alma porque te gusta hablar a tu gente y, sobre todo, te encanta hablarles de tu fe.

            Tal vez por eso tengo yo tanto cariño a una serie de escritores a los que el gozo de ser creyentes se les escapa en cada letra: Teresa de Jesús, entre los antiguos, o Merton o Van der Meer de Walcheren, entre los actuales.

            Estoy estos días releyendo el Magnificat de este último -un escritor a quien en España nadie parece conocer- y me apasiona su apasionamiento.  Tanto si habla del dolor como si escribe sobre la oración, chorrea un gozo profundo que «huele» a fe.  A veces casi te hace sonreír porque escribe en su ancianidad como lo haría un adolescente en las primeras cartas a su novia.  Pero qué maravilla oír decir a un cristiano cosas como éstas: «La vida, cuando se vive con Dios, es arrebatadora.» «Yo sé que nunca llegaré a saciarme de la Iglesia.» «Ser cristiano es conocerlo todo, comprenderlo todo y amar a todos los hombres.» Oírle definir la muerte del ser más querido para él como «una fiesta de dolorosa alegría» o escribir que «en cuaresma predomina la alegría, porque la alegría es el rasgo característico del cristiano redimido».  O explicar que «Dios, frenético de amor, se hizo hombre».  O comentar así este nuestro mundo enloquecido: «Estos tiempos que nos ha tocado vivir son muy agitados; agitados de manera espléndida.  Nueva vida por todas partes.»

            ¡Qué rabia, en cambio, los que no cesan de hablar de los sacrificios que cuesta ser cristiano, de las privaciones que impone la fe!  ¿Es que puede ser un «sacrificio» amar a alguien?  Ya, ya sé que con frecuencia hay que tomar la cruz; pero si la cruz no llega a resultarnos fuente de felicidad, ¿cómo podremos decir que la creemos redentora?  Imagínense que un muchacho hiciera esta declaración de amor a su novia: «Yo sé que para vivir a tu lado tendrá que sacrificar muchas cosas, renunciar a muchos de mis gustos.  Estaré contigo, pero quiero que llegues a apreciar el esfuerzo que eso me cuesta y lo bueno que soy haciendo tantos sacrificios por quererte.»  Supongo que no tardaría medio minuto la muchacha en mandarlo al cuerno.  Y ésas suelen ser las declaraciones de amor que los creyentes le hacemos a Cristo: le amamos como haciéndole un favor y sintiéndonos geniales por el hecho de estar con él un rato en lugar de estar «divirtiéndonos» en otro lado.  Un dios que aburriese, un dios que fuera una carga, un dios que no saciase, ¿qué dios sería?  Y un amante que no encuentra la cima de la felicidad en estar con aquel a quien ama, ¿qué tipo de amante será?

            Lilí Álvarez, en su Testamento espiritual, repite muchas veces que una de las cosas más olvidadas es el «carácter esencialmente fruitivo de la religión».  Es exacto: la fe tiene que ser una fuente de goce.  No del goce tonto que nos produce comer un helado o ver una película buena, sino ese otro gozo más hondo del equilibrio interior, que incluso puede ser compaginable con estar pasándolo fatalmente por fuera.  Porque tenemos que vivir el dogma de la encarnación de manera total, sin escamotear las heridas que la encarnación llevó consigo.  Pero ¡sin olvidar que también las heridas resucitaron!

            Déjenme que se los diga: me gusta ser cristiano, me encuentro muy feliz de serlo.  También muy avergonzado de serlo tan mediocremente.  Pero mi mediocridad -por grande que sea- es siempre muchísimo más pequeña que la misericordia y la alegría de Dios.  Sí, es cierto, todas nuestras estupideces, todos nuestros dolores empañan tan poco a Dios como las manchas al sol.  El está ahí, brillante, luminoso, seguro, feliz, encima de nosotros. A su luz es siempre primavera.

DIOS Y EL PELUQUERO
Un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba, como de costumbre. En este caso entabló una amena conversación con la persona que le atendía. Hablaron de tantas cosas y tocaron muchos temas, cuando de pronto hablaron acerca de Dios. El peluquero dijo:
-Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
-Pero, ¿por qué dice usted eso?- preguntó el cliente.
-Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame acaso, si Dios existiera, ¿habría tantos enfermos, habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad, yo no puedo pensar que exista un Dios que  permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la peluquería cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largos. Al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado. Entonces entró de nuevo a la peluquería y le dijo al peluquero:
-¿Sabe una cosa? Los peluqueros no existen.
-¿Cómo que no existen? -pregunto el peluquero. -Si aquí estoy yo y soy peluquero.
-No, -dijo el cliente,- no existen, porque si existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan largos como la de ese hombre que va por la calle.
-Ah, los peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.
-¡Exacto!- dijo el cliente.- Ese es el punto, Dios sí existe. Lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria. 

EL ALPINISTA
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar la montaña más alta del país, inició su travesía, después de años de preparación. Como quería la gloria para él solo, decidió subir la montaña sin compañeros.
Empezó a subir y al final del día se le fue haciendo tarde, y en lugar de prepararse para acampar, quiso seguir subiendo, decidido a llegar a la cima. Finalmente oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, y ya no se podía ver absolutamente nada.
Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, el alpinista se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver manchas veloces cada vez más oscuras, y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en ese instante de angustia, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. De repente, sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos... ¡Sí!, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, sin nadie a quien recurrir, en medio de la noche, atrapado, no le quedó más que gritar:
"Ayudame, Dios mío…"
Así gritó, varias veces, hasta que de repente una voz grave y profunda desde los cielos le contesto:
"¿Qué querés que haga, hijo mío?"
"Salvame, Dios mío"
"¿Realmente crees que te pueda salvar?"
"Por supuesto, Señor"
"Entonces cortá la cuerda que te sostiene..."
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre reflexionó, dudó, y finalmente optó por aferrarse más a la cuerda.
Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... A tan solo dos metros del suelo...
¿Y vos? ¿Qué tan confiado estás de tu propia cuerda? ¿La soltarías?

 

¿EXISTE EL MAL?
Un profesor universitario desafió a sus alumnos con esta pregunta:
"¿Dios creó todo lo que existe?"
Un estudiante contestó valiente: “Sí, lo hizo”.
“¿Dios creó todo?”
“Sí señor”, respondió el joven.
El profesor contestó: “Si Dios creó todo, entonces Dios hizo al mal, pues el mal existe, y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo".
El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe era un mito.
Otro estudiante levantó su mano y dijo:
“¿Puedo hacer una pregunta, profesor?”
“Por supuesto”, respondió el profesor.
El joven se puso de pie y preguntó: “¿Profesor, existe el frío?”
“¿Qué pregunta es esa?  Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío alguna vez?”
El muchacho respondió: “De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor".
“Y, ¿existe la oscuridad?”, continuó el estudiante.
El profesor respondió: “Por supuesto”.
El estudiante contestó: “Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.
Finalmente, el joven preguntó al profesor: “Señor, ¿existe el mal?”
El profesor respondió: “Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo, esas cosas son del mal.
A lo que el estudiante respondió: “El mal no existe, señor, o al menos no existe por si mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es, al igual que los casos anteriores, un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó al mal. No es como la fe o el amor, que existen como
existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.”
Entonces el profesor, después de asentar con la cabeza, se quedó callado.
Dicen que el joven se llamaba Albert Einstein…

 LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS
(Cardenal Van Thuan)
Jesús no tiene memoria
En la cruz durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso». Él olvida todos los pecados de aquel hombre.
Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor».
La parábola del hijo-pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado».
Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Jesús no sabe matemáticas
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá le hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros. Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...
Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Jesús no sabe de lógica
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido».
¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos.
Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce».
Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Jesús es un aventurero
El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.
Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida. A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los afables porque ellos heredarán la tierna. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!

No entiende de economía
Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco... y los envió a su viña. Al atardecer, empezaron por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno». Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».
Y nosotros hemos creído en el amor. Pero preguntémonos: ¿Por qué Jesús tiene estosdefectos? Porque es amor. El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda ofensas y no pone condiciones. Jesús actúa siempre por amor.

LOS VERDADEROS MILAGROS
Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante, alumno del sabio.
Terrateniente: ‘Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa que, inclusive, puedes hacer milagros’.
Sabio: ‘Soy una persona vieja y cansada... ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?’.
Terrateniente: ‘Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos... Esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso’.
Sabio: ‘¿Te referías a eso?, tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso, no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego, todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo’.
Terrateniente: ‘Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces. Muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios’.
Sabio: ‘Esta mañana, ¿volvió a salir el sol?’.
Terrateniente: ‘Sí, claro que sí’.
Sabio: ‘Pues ahí tienes un milagro..., el milagro de la luz’.
Terrateniente: ‘No, yo quiero ver un VERDADERO milagro. Oculta el sol, saca agua de una piedra. Mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas’.
Sabio: ‘¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?’.
Terrateniente: ‘Sí, fue varón y es mi primogénito’.
Sabio: ‘Ahí tienes el segundo milagro..., el milagro de la vida’.
Terrateniente: ‘Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro.’
Sabio: ‘¿Acaso no estamos en época de cosecha? ¿No hay trigo y sorgo donde hace unos meses sólo había tierra?’
Terrateniente: ‘Sí, igual que todos los años’.
Sabio: ‘Pues ahí tienes el tercer milagro.’
Terrateniente: ‘Creo que no me he explicado, lo que yo quiero...’ (el sabio lo interrumpe).
Sabio: ‘Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti. Si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer’.
Dicho esto, el poderoso  terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda; cuando el terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas. El joven alumno estaba algo desconcertado.
Joven: ‘Maestro, te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero? ¿Por qué lo haces ahora que él no puede verlo?’
Sabio: ‘Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y no pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno. No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido’.

¿POR QUÉ IR A MISA?

Un asiduo asistente a Misa le escribió al editor de un periódico quejándose porque no tení­a sentido ir a Misa todos los domingos. "He ido durante 30 años", escribí­a, “y durante ese tiempo habré escuchado como 3.000 sermones. Pero juro por mi vida que no recuerdo casi ninguno de ellos. Por eso pienso que estoy perdiendo mi tiempo y los sacerdotes también, dando sermones”.
        Así­ empezó una controversia en la columna de "Cartas al Editor", para deleite del mismo editor. La misma continuó por varias semanas hasta que alguien escribió lo siguiente:
        "Ya llevo casado 30 años. Durante todo ese tiempo mi esposa debe haber preparado 32.000 comidas, y juro por mi vida que no recuerdo casi ninguna de ellas. Pero sí­ sé esto: Todas me alimentaron y me dieron la fuerza que necesitaba para hacer mi trabajo. Si mi esposa no me las hubiera preparado, estaría fí­sicamente muerto el dí­a de hoy. ¡De la misma manera, si no hubiese ido a la iglesia para alimentarme, estarí­a espiritualmente muerto en la actualidad!".