Expresión del afecto
“Dios formó lindas las flores, delicadas como son, les dio toda perfección
y cuanto él era capaz, pero al hombre le dio más cuando le dio el corazón.”
(“Martín Fierro” José Hernández)
EXPRESAR EL AFECTO
Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría para poder ser el guardián de tu alma.
Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más.
Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente.
Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo, diría te quiero y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.
Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero y que nunca te olvidare. El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para un sonrisa, un abrazo, un beso, y que estuviste muy ocupado para concederle a alguien un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles "lo siento", "perdóname", "por favor", "gracias" y todas las palabras de amor que conoces.
Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tu familia y a tus amigos cuánto te importan.
LA VENDEDORA EN LA TIENDA DE MÚSICA
Un joven de 17 años había contraído en su niñez una enfermedad incurable. Dado lo precario de su salud, siempre había vivido en su casa, de puertas para adentro, bajo el cuidado de su madre. Ya estaba harto de ello y un buen día decidió salir solo por una vez. Le pidió permiso a su madre y ella aceptó.
Caminando por su cuadra vio muchos negocios. Al pasar por una tienda de música y ver el aparador, noto la presencia de una joven de su edad. Fue para él amor a primera vista. Abrió la puerta y entró sin mirar nada que no fuera ella. Acercándose poco a poco, llegó al mostrador donde se encontraba ella. Lo miró y le dijo sonriente: "¿Te puedo ayudar en algo?". Mientras, él pensaba que esa era la sonrisa más hermosa que había visto en toda su vida. Sintió el deseo de besarla en ese mismo instante. Tartamudeando, le dijo: "Sí, eehhh, uuhhh... me gustaría comprar un CD". Sin pensar, tomó el primero que vio y le dio el dinero. "¿Quieres que te lo envuelva?"- preguntó la joven sonriendo de nuevo. Él respondió que sí, moviendo la cabeza; y ella fue a la oficina para volver con el paquete envuelto y entregárselo. El lo tomó y salió de la tienda.
Se fue a su casa, y desde ese día en adelante visitó la tienda todos los días para comprar un CD. Siempre se los envolvía la joven, y él luego se los llevaba a su casa y los guardaba en su ropero. Él era muy tímido para invitarla a salir y, aunque deseaba hacerlo, no lo concretaba. Su mamá se enteró de esto e intento convencerlo de que se animara, así que al siguiente día se armó de coraje y se dirigió a la tienda. Como todos los días, compró otra vez un CD, y como siempre, ella se fue a la oficina para envolverlo. Él tomo el CD, y mientras ella no estaba viendo, rápidamente dejó su número de teléfono en el mostrador y salió corriendo de la tienda.
A los pocos días, suena el teléfono en su casa. Su mamá contestó. ¡Era la joven! Preguntó por su hijo, y la madre, desconsolada, comenzó a llorar mientras decía: "Que, ¿no sabes?... Murió ayer". Hubo sólo un silencio prolongado, excepto por los lamentos de su madre.
Más tarde, la mamá entró en el cuarto de su hijo para recordarlo. Ella decidió empezar por ver su ropa, así que abrió su ropero. Para su sorpresa, encontró escondidos montones de CDs envueltos. Ni uno estaba abierto. Le causó curiosidad que hubiera tantos y no se resistió; tomó uno y se sentó sobre la cama para verlo. Al hacer esto, un pequeño pedazo de papel salió de la cajita plástica. La mamá lo recogió para leerlo y decía: "¡Hola! Estás súper guapo. ¿Quieres salir conmigo? TQM... Sofía.” De tanta emoción, la madre abrió uno y otro pedazo de papel en varios CDs, y éstos decían lo mismo.
Así puede suceder en la vida. No esperes demasiado para decirle a ese alguien especial lo que sientes. Díselo hoy. Mañana puede ser muy tarde.
PODER DECIRLE A ALGUIEN QUE LO AMO
En una clase que doy a personas adultas, recientemente hice lo "imperdonable". ¡Dejé tarea a los alumnos! La tarea era "acercarse durante la siguiente semana a alguien a quien amen y decirle que lo aman. Tiene que ser alguien a quien nunca le hayan dicho esas palabras con anterioridad o, al menos, con quien no las hayan compartido desde hace mucho tiempo".
No parece una tarea muy difícil, hasta que nos detenemos a analizar que la mayoría de los hombres en ese grupo tiene más de 35 años y fue criada en la generación a la que le enseñaron que expresar las emociones no es de "machos". El demostrar los sentimientos o llorar (¡ni Dios lo quiera!) no se hacía. Por lo tanto, fue una tarea muy amenazante para algunos.
Al principio de nuestra siguiente clase, pregunté si alguien deseaba compartir lo sucedido cuando confesaron a alguna persona que la amaban. Esperaba plenamente que una de las mujeres se ofreciera como voluntaria, como casi siempre era el caso, pero esa noche, uno de los hombres levantó la mano. Parecía bastante conmovido y un poco impresionado.
Cuando se puso de pie (su estatura es de 1.88 mts.) empezó a decir: "Dennis, la semana pasada me enfadé bastante contigo cuando nos dejaste esta tarea. No sentí que tuviera a alguien a quien decir esas palabras; además, ¿quién eras tú para sugerirme que hiciera algo tan personal? Sin embargo, cuando conducía hacia mi casa, mi conciencia empezó a hablarme. Me dijo que sabía con exactitud a quien necesitaba decir ‘te amo’. Hace cinco años, mi padre y yo tuvimos un altercado y nunca lo solucionamos desde entonces. Evitamos vernos, a no ser que sea absolutamente necesario, como en Navidad y en otras reuniones familiares. Incluso entonces, apenas si nos hablamos. Por lo tanto, el martes pasado, cuando llegué a casa, me había convencido a mi mismo que le diría a mi padre que lo amaba. Es extraño, pero el solo hecho de tomar esa decisión pareció quitarme un peso de encima. Cuando llegué a casa, me apresuré a entrar para comunicarle a mi esposa lo que iba a hacer. Ella ya estaba en la cama, pero la desperté. Cuando se lo dije, no sólo se levantó, sino que lo hizo con rapidez, me abrazó y, por primera vez en nuestra vida matrimonial, me vio llorar. Permanecimos levantados hasta la medianoche, bebiendo café y charlando. Fue maravilloso.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y alegre. Estaba tan entusiasmado que apenas si pude dormir. Llegué temprano a la oficina y logré hacer en dos horas más que lo que hacía antes en todo un día. A las 9:00, llamé a mi papá para ver si podía visitarlo después del trabajo. Cuando contestó el teléfono, sólo dije: ‘Papá, ¿puedo visitarte esta noche, después del trabajo? Tengo algo que decirte’. Mi papá respondió malhumorado: ‘¿Y ahora qué?’ Le aseguré que no tomaría mucho tiempo y finalmente aceptó.
A las 17:30, estaba en la casa de mis padres, llamando a la puerta y orando para que sea papá quien la abriera. Temía que si mama la abría, yo me acobardara y se lo dijera a ella en vez de a él. Sin embargo, por suerte, papá abrió la puerta. No perdí tiempo. Di un paso y dije: ‘Papá, sólo vine a decirte que te amo.’ Fue como si mi papá se transformara. Ante mis ojos, su rostro se suavizó, las arrugas parecieron desaparecer y empezó a llorar. Extendió los brazos, me abrazó y dijo: ‘También te amo, hijo, pero nunca he podido decírtelo’. Era un momento tan precioso que no quería moverme. Mamá se acercó con lágrimas en los ojos. Yo sólo moví la mano para saludarla y le di un beso. Papá y yo nos abrazamos durante un momento más y después me fui. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan maravillosamente.
No obstante, ese no es mi punto. Dos días después de esa visita, mi papá, que tenía problemas cardíacos, pero que no me lo había dicho, sufrió un ataque y terminó en el hospital, inconsciente. No se si logrará recuperarse. Por lo tanto, mi mensaje para todos ustedes en la clase es este: no esperen para hacer las cosas que saben que necesitan hacer. ¿Qué hubiera sucedido de haber esperado para decírselo a mi papá? Tal vez no vuelva a tener la oportunidad. No esperen a que surja el momento propicio. El momento es ahora”.
INDEPENDENCIA EMOCIONAL
(Paulo Coelho)
«Al principio de nuestra vida, y una vez más cuando envejecemos, nos hacen falta la ayuda y el cariño de los demás. Desgraciadamente, entre estos dos periodos de nuestra vida, durante el tiempo en el que somos fuertes y capaces de cuidar de nosotros mismos, descuidamos el valioso cultivo del cariño y de la compasión. Puesto que nuestra propia vida comienza y termina con necesidad de afecto, ¿no sería mejor que practicásemos la compasión y el amor hacia los demás mientras somos fuertes y capaces?»
La cita es del actual Dalai Lama. Es verdaderamente curioso observar cómo nos enorgullecemos de nuestra independencia emocional. Aunque, claro está, tal cosa sea muy cuestionable: seguimos necesitando a los demás durante toda nuestra existencia, sólo que resulta “vergonzoso” demostrarlo, y entonces preferimos llorar ocultamente. Y si alguien nos pide ayuda, es que se trata de un sujeto débil, de alguien incapaz de controlar sus sentimientos.
Hay una ley no escrita que dice que “el mundo es de los fuertes”, y que “sobrevive apenas el más apto”. Si esto fuese cierto, la especie humana no habría podido subsistir, pues sus individuos necesitan protección durante un largo periodo de tiempo (los especialistas dicen que apenas podemos valernos por nosotros mismos después de los nueve años de edad, mientras que una jirafa lo consigue en ocho meses como máximo, y una abeja alcanza su independencia en menos de cinco minutos).
Estamos en este mundo. Por lo que a mí respecta, yo sigo – y seguiré siempre – dependiendo de los demás. Dependo de mi mujer, de mis amigos, de mis editores. Dependo incluso de mis enemigos, que me ayudan a permanecer siempre adiestrado en el uso de la espada.
Desde luego, hay momentos en los que este fuego avanza en otra dirección, pero yo nunca dejo de preguntarme: ¿Dónde están los otros? ¿Acaso me aislé demasiado? Como a cualquier persona sana, también me hace falta la soledad, el tiempo de la reflexión.
Pero esto no debe convertirse en un vicio.
La independencia emocional no conduce absolutamente a ninguna parte – a no ser a una pretendida fortaleza, cuyo único e inútil objetivo es impresionar a los demás.
La dependencia emocional, por su parte, es como una hoguera que encendiéramos.
Al principio, las relaciones son difíciles. De la misma manera, con el fuego hay que conformarse primero con el desagradable humo, que dificulta la respiración y arranca las lágrimas. Sin embargo, una vez encendido el fuego, el humo desaparece, y las llamas lo iluminan todo, transmitiendo calor, calma, y, de cuando en cuando, haciendo saltar alguna brasa que nos quema, pero que también anima nuestra relación. ¿No están de acuerdo?
Esta columna empezaba con una cita de un premio Nobel de la Paz defendiendo la importancia de las relaciones humanas. Concluyo ahora con unas palabras del profesor Albert Schweitzer, médico e misionero, que recibió el mismo premio Nobel en 1952:
«Todos hemos oído hablar de una dolencia de África Central conocida como enfermedad del sueño. Lo que tenemos que saber es que existe una enfermedad muy similar que ataca al alma, y que es muy peligrosa, porque se desarrolla sin ser detectada. Al notar el menor síntoma de indiferencia y de falta de entusiasmo ante los demás, hay que hacer saltar las alarmas. La única manera de prevenirse contra esta enfermedad es entender que el alma sufre, y mucho, cuando la obligamos a vivir superficialmente. Al alma le gustan las cosas bellas y profundas».