Comunidad
“Si no sabemos vivir juntos como hermanos, pereceremos todos juntos como idiotas.” (Martin L. King)
ASAMBLEA EN LA CARPINTERÍA
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque, el tornillo aceptó lo suyo también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.
Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:
“Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.”
La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos.
Es fácil encontrar defectos, cualquiera puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar los éxitos humanos.
HACIA UNA COMUNIDAD IDEAL
Cierto que tan importante como aspirar a una vida de comunión fraterna es aceptar que la comunidad perfecta es una utopía nunca alcanzable del todo: no es posible una comunión humana a lo divino. En toda forma de convivencia humana siempre hay un margen de comunión frustrada, de conflicto inevitable, de soledad nunca resuelta. En todo empeño por construir, la comunión conlleva saber llevar la cruz, asumir la negatividad, el conflicto, la división y las limitaciones y deficiencias propias y de los hermanos. Sólo asumiendo la realidad indigente se puede construir comunión.
Por otra parte, el ser humano debe pagar un peaje de soledad mientras camina sobre la tierra. Esta soledad y esta frustración que acompaña siempre es la que, en ocasiones, cuestiona nuestras mejores opciones. ¿Quién no tiene que vivir en una comunidad, como en la vida de familia, incomprensiones, injusticias, olvidos, ingratitudes, tensiones que nos descolocan...? ¿A quién no se le viene abajo por momentos el sueño de la comunión? Pero justamente ahí, en la prueba, comienza a madurar el sueño de la comunidad real.
Creer en la comunión no consiste sólo en disfrutar cuando nos acogen los hermanos. Creer en la comunión es también luchar por ella sin tirar la prueba. El saber llevar la cruz con esperanza mientas se trabaja por la comunión todavía ausente, es la prueba de que estamos animados por el Espíritu de la Trinidad.
La prueba de madurez está en amar y trabajar la comunión entre los hermanos reales que Dios me ha dado y no en lamentar sus miserias. Como decía Bonhoeffer: "Quien ama más sus sueños sobre lo que tiene que ser una comunidad que la comunidad real a la que pertenece, se convierte en destructor de toda comunidad cristiana, por más honestos, serios y abnegados que sean sus intenciones personales".
Ni sacralicemos, ni banalicemos, ni hagamos de la palabra comunión un concepto mágico. Y tampoco la reduzcamos a un mero concepto útil para definir la ortodoxia de la fe trinitaria. Está llamada a ser un concepto inspirador y eminentemente práctico en el futuro de la Vida Religiosa y también de la Iglesia. Hacia esta nueva forma de vivir nos impulsa el Espíritu tanto en la Vida Religiosa como en la Iglesia. Los posibles tropiezos confirman que caminamos. Y mientras nos estimula la meta, soñemos por el camino:
1. Sueño con una comunidad en la que todo esté permitido menos el no amarse. San Agustín nos diría: "Ama y haz lo que quieras". Y este amor concreto, hecho de gestos, a veces pequeños y hasta banales, hará que se vaya fraguando una amistad a toda prueba, hecha de estima, respeto por el otro como diferente, de valoración de los demás, de confianza, acogida, gratuidad y fiesta. Una Comunidad así, que es un manantial de fraternidad, ya se irá haciendo sus propios cauces que aportarán frescura y vida.
2. Sueño con una comunidad en la que venga reconocida la primacía de la persona, y todos estén convencidos de que el "bien común" no puede sino coincidir con el "bien de cada una de las personas". Una comunidad en la que las estructuras y las obras están al servicio del crecimiento, de la realización de la persona al estilo de Jesús, de su armonía y plenitud.
3. Sueño con una comunidad en la cual la igualdad fundamental de todos sus miembros sea reconocida y acentuada por todos los medios. En una comunidad, no hay miembros de primera y de segunda clase porque todos son hermanos. No hay privilegios y dignidades sino servicios y ministerios. Y cada uno vive el suyo para el bien de todos, sabiendo que el amor está en el servicio (Lc. 22, 24-30).
4. Sueño con una comunidad en la que los débiles, los pequeños, los últimos sean los más queridos y defendidos. Una comunidad en la que domina la "mentalidad de la cadena", según la cual la fuerza y la consistencia de la cadena en su conjunto viene dada por el anillo más débil.
5. Sueño con una comunidad-hogar en la que todos sientan calidez, comprensión y aliento, donde todos sean conocidos por su nombre y apellido, por su historia personal, por su fortalezas y debilidades, por sus logros y fracasos, y sean comprendidos y alentados. Una comunidad así comprende y disculpa, apoya y estimula, se alegra con el éxito de todos y sufre con sus fracasos.
6. Sueño con una comunidad en la que cada cual tenga el valor de expresar con libertad lo que piensa, lo que siente y lo que sueña. En la que las opiniones manifestadas por los individuos sean tomadas en consideración por el peso real de las razones que se aducen, y no por otras valoraciones oportunistas o emocionales.
7. Sueño con una comunidad en la cual todos permitan ser discutidos. Y el lenguaje sea sincero. No se tenga miedo a la verdad. También porque el estilo habitual sea un estilo de verdad. Que penetra, incomoda, pero no humilla a ninguno. Una verdad que cura -aunque sea con dolor- pero no hiere. Se dice que la felicidad es poder decir la verdad sin hacer llorar a nadie.
8. Sueño con una comunidad en la no haya tiempo que perder, quiero decir que haya tiempo para perder, para el descanso, para la distensión, para la desintoxicación, para la gratuidad y la fiesta. Pero que no haya tiempo que perder en sospechas, maledicencias, envidias, silencios y chismes. Donde se ama, no hay tiempo que perder. No hay nada que absorba tanto como el Amor.
9. Sueño con una comunidad en la que la única sospecha válida sea la sospecha de que algún hermano no recibe la parte de amor que le corresponde.
10. Sueño con una comunidad en la que sea desaprobado todo intento, de cualquier parte que venga, de hablar mal de una persona ausente. Una comunidad en la cual todos se encuentren "seguros". Es decir, cada cual se sepa seguro en cuanto a libertad, dignidad, respeto y, sobre todo responsabilidad personal.
Esta es una nueva manera de vivir y, por tanto, una nueva forma de ser Iglesia que se hace profecía y abre horizontes y esperanzas para el mundo en que nos ha tocado vivir. A veces, tiene más de proyecto que de historia, pero es un proyecto por el que vale la pena jugarse.
¿Cómo es la Comunidad con la que tú sueñas?
OBSERVANDO LOS GANSOS
En el otoño, cuando veas a los gansos ir hacia el norte buscando el invierno, volando en una formación en V, considera lo que la ciencia ha descubierto sobre por qué vuelan en esa forma.
Mientras cada ave mueve sus alas, crea una elevación del aire para el ave que sigue. Volando en formación, la bandada agrega un setenta por ciento al alcance que cada ave lograría por sí misma.
(Personas que comparten una dirección y sentido de comunidad pueden llegar a destino más rápida y fácilmente, porque viajan con el impuso del grupo).
Cuando un ganso cae de la formación, siente inmediatamente la resistencia de ir solo, y rápidamente vuelve a la formación para aprovechar el poder de elevación del ave delantera. Cuando el ganso líder se cansa, rota hacia atrás y otro ganso toma la punta.
(Es razonable turnarse en hacer trabajos pesados con personas).
Los gansos graznan desde atrás para alentar a los de adelante a mantener
velocidad.
(¿Qué decimos nosotros cuando graznamos desde atrás?).
Finalmente, y esto es importante, cuando un ganso se enferma o es herido por
una bala, y cae la formación, otros dos gansos caen con él y le siguen para darle ayuda y protección. Ellos se quedan con el ganso caído hasta que pueda volar o hasta que muera, y sólo entonces se lanzan por sí mismos, o con otra bandada, para alcanzar su grupo.
(Tenemos una responsabilidad de ocuparnos de los más desprotegidos y necesitados).
Moraleja: Seamos más gansos.
PARÁBOLA DE LOS SIETE MIMBRES
Era una vez un padre que tenía siete hijos. Cuando estaba por morir, llamó a los siete y les dijo así:
-Hijos, ya sé que no puedo durar mucho, pero antes de morir quiero que cada uno de ustedes me vaya a buscar un mimbre seco y me lo traiga aquí.
-¿Yo también? -preguntó el menor, que sólo tenía cuatro años.
El mayor tenía veinticinco, y era un muchacho muy fuerte, y el más valiente de la aldea.
-Tú también -respondió el padre al menor.
Salieron los siete hijos, y de allí a poco volvieron, trayendo cada uno su mimbre seco. El padre tomó el mimbre que trajo el hijo mayor, y se lo entregó al más pequeño, diciéndole:
-Parte este mimbre.
El pequeño partió el mimbre, y no le costó nada partirlo. Después el padre entregó otro mimbre al mismo hijo más pequeño, y le dijo:
-Ahora, parte ése también.
El niño lo partió, y partió, uno por uno, todos los demás, que el padre le fue entregando, y no le costó nada partirlos todos. Partido el último, el padre dijo otra vez a los hijos:
-Ahora, vayan por otro mimbre y lo traen.
Los hijos volvieron a salir, y de allí a poco estaban junto al padre, cada uno con su mimbre.
-Ahora, dénmelos acá -dijo el padre.
Y con todos los mimbres hizo un haz, atándolos con un junco. Y volviéndose hacia el hijo mayor, le dijo así:
-¡Toma este haz! ¡Pártelo!
El hijo empleó cuanta fuerza tenía; pero no fue capaz de partir el haz.
-¿No puedes? -preguntó al hijo.
-No, padre; no puedo.
-¿Y alguno de ustedes es capaz de partirlo? Prueben...
Ninguno fue capaz de partirlo, ni dos juntos, ni tres, ni todos juntos.
El padre les dijo entonces:
-Hijos míos, el menor de ustedes partió, sin costarle nada, todos los mimbres, mientras los partió uno por uno; y el mayor de ustedes no pudo partirlos todos juntos, ni ustedes, todos juntos, fueron capaces de partir el haz. Pues bien, acuérdense de esto y de lo que les voy a decir: mientras todos ustedes estén unidos, como hermanos que son, nadie se burlará de ustedes, ni les hará mal ni los vencerá. Pero luego que se separen o reine entre ustedes la desunión, fácilmente seréis vencidos.
Al tiempo, el padre murió, y los hijos fueron felices, porque vivieron siempre en buena hermandad, ayudándose siempre unos a otros; y como no hubo fuerza que los desuniese, tampoco hubo nunca fuerza que los venciese.