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“Que nadie se sienta tranquilo mientras haya en el mundo un niño sin escuela, una familia sin vivienda, un obrero sin trabajo, un enfermo o anciano sin adecuada atención.” (Juan Pablo II)

EL ARTE DE DAR
(Kalhil Gibrán)
Entonces un hombre rico dijo: " Háblanos del dar".
Y el Profeta contestó: "Dais muy poco, cuando dais de lo que poseéis.
Cuando dais algo de vosotros mismos, es cuando verdaderamente dais.
¿Qué son vuestras posesiones, sino cosas que acumuláis, por miedo a necesitarlas mañana?
¿Y qué es el miedo a la necesidad, sino la necesidad misma?...
Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen. Y lo dan buscando el
agradecimiento, por lo que su oculto deseo estropea sus regalos. Y hay quienes
poseen poco y lo dan todo.
Sólo éstos son los que creen en la magnificencia de la vida y su cofre nunca está vacío.
Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su compensación.
Y hay quienes dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Pero hay también quienes dan, sin conocer el dolor de dar, ni buscar la alegría de dar.
Dan, como el mirto da su fragancia al espacio en el profundo valle.
A través de las manos de estos seres habla Dios.
Y desde el fondo de sus ojos, Él sonríe sobre la tierra.
Es bueno dar algo, cuando ha sido pedido. Pero es mejor dar sin que nos pidan,
comprendiendo.
Además, ¿hay algo que podáis retener?... Dad, pues, ahora, que el momento de dar es vuestro y no de los herederos.
Decís a menudo: "Daría, pero sólo al que se lo merezca".
Los árboles en vuestro huerto no hablan así.
Ni tampoco los rebaños de vuestra pradera.
Todo aquel que es digno de recibir sus días y sus noches, merece, seguramente,
de vosotros todo lo demás.
Mirad primero si vosotros mismos merecéis dar y ser un instrumento del dar.
Porque, en verdad, es la vida la que da a la vida.
Mientras que vosotros, que os consideráis dadores, no sois más que testigos.
El que da debe tener como madre al libre corazón de la tierra y a Dios como
Padre.

Del libro “El Profeta”.

EL COLLAR DE TURQUESA AZUL

El hombre que estaba tras el mostrador, miraba la calle distraídamente. Una niñita se aproximó al negocio y apretó la nariz contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto.
Entró en el negocio y pidió para ver el collar de turquesa azul.
- Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito? - dice ella.
El dueño del negocio miró desconfiado a la niñita y le preguntó: - ¿Cuánto dinero tienes?
Sin dudar, ella sacó del bolsillo de su ropa un pañuelo todo atado y fue deshaciendo los nudos. Los colocó sobre el mostrador y dijo feliz: - ¿Esto alcanza?
Eran apenas algunas monedas que ella exhibía orgullosa.
- Sabe, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella. Es su cumpleaños y estoy segura que quedará feliz con el collar que es del color de sus ojos.
El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un trabajado moño con una cinta verde.
- Tome. - dijo a la niña. - Lleve con cuidado.
Ella salió feliz corriendo y saltando calle abajo. Aún no acababa el día, cuando una linda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho e indagó:
- ¿Este collar fue comprado aquí?
- Así es.
- ¿Y cuánto costó?
- Disculpe, - dijo el dueño del negocio, - el precio de cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente.
La joven continuó:
- Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas. El collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría dinero para pagarlo.
El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta y lo devolvió a la joven.
- Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. ELLA DIO TODO LO QUE TENIA.
El silencio llenó la pequeña tienda y dos lágrimas rodaron por la faz emocionada de la joven en cuanto sus manos tomaban el pequeño envoltorio.

GENEROSIDAD
(Beata Teresa de Calcuta)
Andamos tan acelerados que ni siquiera tenemos tiempo de mirarnos unos a otros y sonreírnos. Debemos tratar de ser amables y corteses y ser conscientes que no es posible amar a Cristo si no lo amamos en el prójimo. No tenemos necesidad de ir en busca de oportunidades para cumplir con este mandato, pues se nos ofrecen en cada momento, donde quiera que nos encontremos
Lo importante no es hacer muchas cosas ni hacerlo todo, lo que importa es estar preparados para todo, en todo momento y estar convencidos de que cuando servimos, servimos realmente a Dios. Si nos preocupamos demasiado por nosotros
mismos, no nos quedará tiempo para dar a los demás. Abran sus corazones al amor que Dios vuelca en ellos. Lo que Dios les da no es para que lo oculten ni lo defiendan bajo llave. Se los da para que lo compartan, pues cuando más se lo quieran
quedar, menos serán capaces de dar; cuanto menos tengan, más capaces serán de compartir.
Debemos aprender a dar. Pero no verlo como una obligación sino como algo apetecible. Den hasta sentirlo, hasta que les duela. Nunca debemos de darnos por satisfechos: Jesús lo dio todo, hasta la última gota de su sangre. Hagamos lo mismo nosotros también: démoslo todo.
No se cansen de dar, pero no den las sobras, lo que no necesitan. Lo que la gente necesita no es nuestra condescendencia ni compasión, ni son un saco de desperdicios en el que damos cabida a todo lo que no nos sirve. Lo que necesitan es
nuestro amor y bondad.

LAS CUCHARAS LARGAS
        Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro:
- ¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno? El Maestro le respondió: - Es muy pequeña, y sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré el infierno. 
        Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz. Todos estaban hambrientos y desesperados. Cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla.
        Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca.
        La desesperación y el sufrimiento eran terribles.
- Ven, - dijo el Maestro después de un rato, - ahora te mostraré el cielo.
        Entraron en otra habitación, idéntica a la primera; con la olla de arroz, el grupo de gente, las mismas cucharas largas pero, allí, todos estaban felices y alimentados.
- No comprendo - dijo el discípulo. - ¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación si todo es lo mismo?
        El Maestro sonrió. - Ah..., ¿no te has dado cuenta? Como las cucharas tienen los mangos largos, no permitiéndoles llevar la comida a su propia boca, aquí han aprendido a alimentarse unos a otros.

Beneficio común, trabajo en común… ¿Tan complicadas son las cosas que no vemos el bien común, que en definitiva es nuestro beneficio?

 

LAS MANOS
Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nüremberg, vivía  una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.
A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos del señor Dürer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.
Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.
Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albrecht Dürer ganó y se fue a estudiar a Nüremberg.
Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, quien desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.
Los grabados de Albrecht, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.
Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Dürer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer que sus estudios fuesen una realidad.
Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno.  Ahora puedes ir tú a Nüremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti". Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: "No... no... no...".
Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente: "No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría yo trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano... para mí ya es tarde".
Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albrecht Dürer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la  mayoría de las personas, sólo recuerde uno. Lo que es más, quizás hasta tenga uno en su oficina o en su casa.
Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albrecht Dürer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra  simplemente "Manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran".
La próxima vez que veas una copia de esta creación, mírala bien. Permite que sirva de recordatorio, si es que lo necesitas, de que  nunca nadie triunfa solo.

 

PARTE DEL REGALO
Una niña en África le dio a su maestra un regalo de cumpleaños. Era un hermoso  caracol.
-¿Dónde lo encontraste?
La niña le dijo que esos caracoles se hallan solamente en cierta playa lejana.
La maestra se conmovió profundamente porque sabía que la niña había caminado muchos kilómetros para buscar el caracol.  
-No debiste haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo. 
La sabia niña sonrió y contestó:  
-Maestra, la larga caminata es parte del regalo.

PARTIR, EN CAMINO…
(Helder Cámara)

Partir es, ante todo,
salir de uno mismo.
Romper la coraza de egoísmo
que intenta aprisionarnos
en nuestro propio "YO".
 
Partir es dejar de dar vueltas
alrededor de uno mismo,
como si ése fuera
el centro del mundo y de la vida.
 
Partir es no dejarse encerrar
en el círculo de los problemas
del pequeño mundo al que pertenecemos,
cualquiera que sea su importancia.
La humanidad es más grande.
Y es a ella a quien debemos servir.
 
Partir no es devorar kilómetros,
atravesar los mares
o alcanzar velocidades supersónicas.
 
Es, ante todo, abrirse a los otros,
descubrirnos, ir a su encuentro.
Abrirse a otras ideas,
incluso a las que se oponen a las nuestras.
Es tener el aire de un buen caminante.