Aceptación
“Dios, dame serenidad, para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor, para cambiar aquellas que sí puedo; y sabiduría, para distinguir las unas de las otras.” (Reinhold Neibuhr)
CACHORROS
El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta que decía: "Cachorritos en venta". Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito apareció en la tienda preguntando:
"¿Cuál es el precio de los perritos?"
El dueño contestó: "Entre $30 y $50".
El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas:
"Sólo tengo $2.37, ¿puedo verlos?".
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió su perra corriendo, seguida por cinco perritos. Uno de los perritos estaba quedándose considerablemente atrás. El niñito inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba: "¿Qué le pasa a ese perrito?", preguntó.
El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida.
El niñito se emocionó mucho y exclamó: "¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!". Y el hombre replicó: "No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo". Y el niñito se disgustó, y mirando directo a los ojos del hombre le dijo: "Yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2.37 ahora y 50 centavos cada mes hasta que lo haya pagado completo".
El hombre contestó: "Tú en verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. Él nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos".
El niñito se agachó y se levantó la pierna de su pantalón para mostrar su pierna izquierda, retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo: "Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda".
El hombre estaba ahora mordiéndose el labio, y sus ojos se humedecieron..., sonrió y dijo: "Hijo, sólo espero que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú".
En la vida no importa quien eres, sino que alguien te aprecie por lo que eres, y te acepte y te ame incondicionalmente. Un verdadero amigo es aquel que llega cuando el resto del mundo se ha ido.
EL DIFUNTO Y EL ARROZ
Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un hombre chino poniendo un plato con arroz en la tumba vecina.
El hombre se dirigió al chino y le preguntó:
"Disculpe señor, ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el arroz?...
"Sí", respondió el chino, "cuando el suyo venga a oler sus flores..."
Respetar las opiniones del otro, es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener. Las personas son diferentes, por lo tanto actúan y piensan distinto a uno.
EL RIESGO DE PREJUZGAR
(Bettie B. Youngs)
Ella siempre usaba una flor en el pelo. Siempre. En general, me parecía que estaba fuera de lugar. ¿Una flor al mediodía? ¿En la oficina? ¿Para ir a una reunión de profesionales?
Era aspirante a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba. Todos los días entraba en la oficina, decorada en un seco estilo ultramoderno, con una flor en el pelo, que le llegaba a los hombros. Casi siempre, su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía como una pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus ondas morenas. En ocasiones (cuando celebrábamos la Navidad, por ejemplo) esa flor añadía un toque festivo que resultaba adecuado.
Pero en el trabajo parecía fuera de lugar. Las mujeres más profesionales de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e informarle cuáles eran las reglas para que te tomen en serio en el mundo de los negocios. Otras, incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos “la florida”.
- ¿La florida ya terminó el diseño preliminar del proyecto para Wal-Mart? - preguntaba una, con una sonrisita aviesa.
- Por supuesto. Hizo un trabajo estupendo. La verdad es que la muchacha está floreciente- podía ser la respuesta, con mucho aire de superioridad y diversión compartida.
Por entonces, esas bromas nos parecían inocentes. Que yo supiera, nadie había preguntado a la joven por qué llevaba una flor a la oficina día a día. En realidad, probablemente habría sido más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella.
Y un día, así fue. Cuando entró en mi oficina con su proyecto, me extrañé:
- Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo. Estoy tan acostumbrada a vérsela que es como si le faltara algo.
- Oh, sí - respondió, en un tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad, habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me instó a preguntarle:
- ¿Se siente bien?
Aunque esperaba que respondiera que sí, sabía intuitivamente que eso encerraba algo más importante.
- Bueno,- musitó, con las facciones abrumadas de recuerdo y dolor, -hoy es el aniversario de la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste.
- Comprendo - dije. Me inspiraba compasión, pero no quería meterme en terrenos emotivos. - Supongo que le cuesta hablar del tema.
Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso entrañaba algo más.
- No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible. Para mí es un día de duelo, ¿comprende?
Y comenzó a contarme su caso.
- Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando. Cuando murió yo tenía quince años. Éramos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir, me grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde mis dieciséis hasta los veinticinco años. Hoy cumplo veinticinco. Esta mañana vi el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy digiriendo. ¡Y cómo me gustaría tenerla conmigo!
- Bueno, créame que la acompaño en su sentimiento - dije, con total sinceridad.
-Gracias, por ser tan buena,- replicó. -Ah, con respecto a la flor... Cuando yo era chica, mamá solía ponerme flores en el pelo. Un día, estando ella internada, le llevé una bella rosa de su jardín. Cuando se la acerqué a la nariz para que percibiera el perfume, ella la tomó y, sin decir palabra, me apartó la melena de la cara y me la puso en el pelo, como cuando era chiquita. Murió ese mismo día.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
- Desde entonces siempre uso una flor en el pelo. Es como si ella me acompañara, aunque sólo sea en espíritu. Pero hoy vi el video que preparó para este cumpleaños; me decía que lamentaba no poder verme crecer y que esperaba haber sido buena madre. Y que le gustaría recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme sola. Así pensaba mi madre; así hablaba.- Sonrió con afecto ante el recuerdo. -Era muy sabia.
Asentí con la cabeza. -Así parece, en efecto.
- Y yo pensé: ¿cuál podría ser esa señal? Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la flor. Pero echo de menos lo que representaba.
Sus ojos de avellana se perdieron en recuerdos.
- Fue una gran suerte tener una madre como ella. Pero no necesito usar una flor para recordarla. En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados recuerdos. Me siguen acompañando, aunque no use la flor. Pero la voy a extrañar... Ah, aquí está el proyecto. Espero que le guste.
Me entregó la carpeta pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor dibujada a mano bajo el nombre.
Recuerdo haber oído decir, cuando era joven: "Nunca juzgues a otra persona sin haber caminado un kilómetro con sus zapatos". Pensé en las veces que había criticado sin ninguna sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo. Era trágico que lo hubiera hecho sin estar informada, sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Si me enorgullecía de conocer cada faceta de mi empresa, por intrincada que fuera, de saber con exactitud cómo se coordinaban las distintas funciones, ¿no era trágico haber adoptado la idea de que la vida personal no tenía nada que ver con la profesión? ¿Pensar que cada uno debía dejar sus cosas privadas en la puerta cuando entraba en la oficina?
Ese día supe que la flor en el pelo simbolizaba el don del amor de esa muchacha, su manera de mantenerse en contacto con la madre perdida cuando era tan jovencita. Al estudiar el proyecto que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad de sentir... de ser. Se explicaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su corazón. Y me obligó a visitar nuevamente el mío.
HISTORIA DE UN SOLDADO
Una historia que fue contada por un soldado que pudo regresar después de haber peleado en la guerra de Vietnam. Llamó por teléfono a sus padres desde San Francisco.
-Mamá, papá, voy de regreso a casa, pero les voy a pedir un favor: traigo conmigo un amigo que me gustaría que se quedara a vivir con nosotros.
-Nos encantaría conocerlo.
-Hay algo que deben saber de él, -dijo-, él fue herido en la guerra, pisó una mina de tierra y perdió un brazo y una pierna. Él no tiene adónde ir y quiero que venga a vivir con nosotros en casa.
-Siento mucho el escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar donde él se pueda quedar.
-No. Mamá y papá, yo quiero que él viva con nosotros.
-Hijo -le dijo el padre-, tú no sabes lo que estás pidiendo. Alguien que esté tan limitado físicamente puede ser de gran peso para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas que vivir y no podemos permitir que algo como esto interfiera en nuestras vidas. Yo pienso que deberías regresar a casa y olvidarte de esa persona. Él encontrará una forma de vivir y afrontar su problema.
En ese momento, el hijo colgó el teléfono. Los padres no volvieron a saber de él. Unos cuantos días después, los padres recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto al caer de un edificio, fue lo que les dijeron. La policía creía que había sido un suicidio. Los padres, destrozados por la pena de aquella noticia, volaron a San Francisco y fueron llevados a la morgue de la ciudad para identificar el cadáver. Era su hijo, lo reconocieron. Para su horror, descubrieron algo que no sabían: su hijo tenía sólo un brazo y una pierna.
Los padres de esta historia son como muchos de nosotros. Encontramos fácil de amar a esas personas que son hermosas por fuera, o que son agradables, pero no nos gusta la gente que nos hace sentir alguna inconveniencia o que nos incomoda. Preferimos estar alejados de las personas que no son tan saludables o inteligentes (como supuestamente somos nosotros).
Afortunadamente, hay al menos una persona que no nos trata de esa forma. Alguien que nos ama con un gran amor, que siempre nos recibirá en su familia, no importa cuán destrozados estemos física o moralmente. Ese es Dios.
UNA LEYENDA CHINA
Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y fue a vivir con el marido y la suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con los hábitos de la suegra, que frecuentemente la criticaba.
Los meses pasaron y Lili y su suegra cada vez discutían más y peleaban. De acuerdo con una antigua tradición china, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo. Lili, no soportando más vivir con la suegra, decidió tomar una decisión y visitar a un amigo de su padre. Después de oírla, él tomó un paquete de hierbas y le dijo: "No deberás usarlas de una sola vez para liberarte de tu suegra, porque ello causaría sospechas. Deberás darle varias hierbas que irán lentamente envenenando a tu suegra. Cada dos días pondrás un poco de estas hierbas en su comida. Ahora, para tener certeza de que cuando ella muera nadie sospechará de ti, deberás tener mucho cuidado y actuar de manera muy amigable. No discutas, ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda, tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones".
Lili respondió: "Si, Sr. Huang, haré todo lo que el señor me pida". Lili quedo muy contenta, agradeció al Sr. Huang, y volvió muy apurada para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra.
Pasaron las semanas y, cada dos días, Lili servia una comida especialmente tratada a su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controló su temperamento, obedecía a la suegra y la trataba como si fuese su propia madre.
Después de seis meses, la casa entera estaba completamente cambiada. Lili había controlado su temperamento y casi nunca la aborrecía. En esos meses, no había tenido ni una discusión con su suegra, que ahora parecía mucho más amable y más fácil de tratar. La relación fue cambiando, y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.
Un día, Lili fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo: "Querido Sr. Huang, por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y la amo como si fuese mi madre. No quiero que ella muera por causa del veneno que le di".
El Sr. Huang sonrió y señalo con la cabeza: "Lili, no tienes porqué preocuparte. Tu suegra no ha cambiado, la que cambió fuiste tú. Las hierbas que le di, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en su mente, en su actitud, pero fue sustituido por el amor que pasaste a darle a ella".
En la China existe un adagio que dice: "La persona que ama a los otros, también será amada".
ENFOQUE DESDE LA ACEPTACIÓN
(Gabriel J. Castellá)
Adecuación sabia.
Compresión de la situación.
Enfoque sensato.
Paz ante la adversidad.
Tolerancia superadora.
Actitud fértil.
Capacitación para la solución.
Inspiración de la paciencia.
Optimización de la respuesta.
Nivel de la sabiduría.
La palabra aceptación se origina a partir del verbo latino acceptare; derivado, a su vez, de accipere: recibir y éste de capere: coger.
Con la aceptación uno recibe los hechos tal cual son. Le da una sensata y ecuánime acogida a la realidad, para adentrarse en ella y explorar con sabiduría sus recónditos recovecos.
La realidad es compleja y sorprendente. Está llena de matices. El misterio acecha agazapado para asaltar hasta el más experto explorador. Quien se rebela contra ella sólo logra estrellarse contra su granítica estructura; en una inoperante y estéril actividad consigue que la realidad le oculte sus tesoros. Sin advertirlo empuja la puerta hacia el lado que se cierra.
Quien se resigna a su circunstancia paraliza su espíritu. Se inmoviliza y anula a sí mismo. Niega su ser y rechaza con necedad las posibilidades que tiene a su alcance.
Quien, en cambio, acepta la realidad tal cual es, con tan humilde actitud, devela la clave para que la realidad se rinda a sus pies. Con la aceptación se entra en sintonía con los hechos. Se es UNO con ellos. Con docilidad y fluidez se accede a las riquezas y posibilidades que la realidad, celosamente, resguarda y oculta detrás de un rostro hosco y huraño.
Es frecuente, en nuestra cultura, confundir la noción de aceptación con la acepción actual de resignación, cuando en realidad son antónimos. En su origen etimológico resignación tenía un sentido contrario al que se le asigna hoy. Proviene del latín resignare: romper el sello que cierra algo. Volver a signar. Desde aquí fue evolucionando, o mejor, tergiversándose hasta la connotación actual de impotencia, abandono y sometimiento ante la adversidad que se vive.
Si descorremos el velo de la apariencia se distinguirá con claridad que resignación y aceptación se hallan en posiciones antagónicas ante la realidad.
En la resignación hay ignorancia de las posibilidades. Con la aceptación hay conciencia del límite.
En la resignación se sobredimensionan las dificultades. Con la aceptación se vislumbran las posibilidades.
En la resignación sólo hay ojos para “ver” aquello que se carece. Con la aceptación se ilumina aquello que aún se conserva.
En la resignación se paraliza toda acción. Con la aceptación se pone en marcha la acción más sabia.
En la resignación hay una vergonzosa sumisión. Con la aceptación uno encuentra la senda de “su” misión.
En la resignación hay dejadez y complicidad. Con la aceptación hay prestancia y superación.
En la resignación hay impotencia y desconsuelo. Con la aceptación hay fortaleza y serenidad.
Citaré a continuación tres perlas conceptuales de Romano Guardini con relación a la aceptación:
(...) Hemos de aclarar en seguida que no se trata aquí de ningún débil dejarse llevar, sino de ver la verdad y situarse en ella, naturalmente, decididos a emprender el trabajo en ella y, si hace falta, la lucha por ella.
La aceptación de lo real es lo que fundamenta la sinceridad de la existencia.
Aceptar la existencia es una acción que se debe realizar en lo más hondo de la vida.
Se requiere un gran temple anímico para aceptar la realidad como es. Por eso lejos de una postura facilista o derrotista es fortaleza de ánimo y claridad de la mente para afrontar la contingencia adversa.
Hay tres reglas de oro para afrontar, con dignidad, las horas aciagas por más adversas que se presenten:
1) Antes que nada, y por sobre todas las cosas, ACEPTAR los hechos tal como son.
2) Estar de acuerdo con esta premisa hasta la fibra más íntima de nuestro ser.
3) Antes de cualquier otro paso respetar al pie de la letra los puntos 1 y 2.
Los dos postulados básicos que le permitieron al pueblo japonés reponerse de la ignominia de las dos bombas atómicas, de Hiroshima y Nagasaki, fueron los siguientes:
1) ¿Qué es lo que aún tenemos? O, en otras palabras: ¿Con qué contamos?
2) Con esto que poseemos: ¿Qué podemos hacer?
Sólo la aceptación de las circunstancias como son, por más dolorosas que sean, puede promover tan valiosas actitudes.
Hay un proverbio japonés que reza: Si las entiendes, las cosas son lo que son; y si no las entiendes... las cosas son lo que son.
Cuanto más se intenta forzar un cambio mayor resistencia se promueve, con lo cual se logra lo opuesto a lo que se pretende.
El Padre Carlos Vallés nos recuerda las palabras de Anthony de Melo.
No cambien. El deseo de cambiar es enemigo del amor.
No se cambien a ustedes mismos: ámense a ustedes mismos tal como son.
No hagan cambiar a los demás: amen a todos tal como son.
No intenten cambiar el mundo: el mundo está en manos de Dios y él lo sabe.
Y si lo hacen así... todo cambiará maravillosamente a su tiempo y a su manera.
La aceptación abre los ojos, ilumina la comprensión, alumbra el camino, despierta la razón, aguza los oídos, refina el tacto, aclara el gusto, sensibiliza el olfato, sintoniza el corazón, redobla la fortaleza, templa el ánimo, fertiliza la paz, inspira la paciencia y nutre la sabiduría.
Para clarificar aún más la noción de aceptación apelaré a la siguiente imagen: Imagine, amigo lector, que se halla atrapado en una arena movediza. Está allí solo y con la necesidad apremiante de poner a salvo su vida con premura. No hay nadie cerca que pueda acudir ante sus gritos de auxilio y tampoco ninguna rama o algo parecido de donde pueda asirse. Debe salvar su vida. ¿Qué hace?
Si se deja arrastrar por la desesperación realizará movimientos alocados, incoordinados e inoperantes, desplazando de tal modo la arena que facilitará su hundimiento, rápidamente.
Si, en cambio, logra tener autodominio de sí ante tal peligro y sobreponiéndose al temor, consigue relajarse y hacer la “plancha” se mantendrá a flote, indispensable para salvarse. Luego, lentamente podrá ir desplazándose hacia la orilla.
Este autogobierno ante la contingencia adversa, esta capacidad de relajarse y mantenerse a “flote” es equivalente a la capacidad de aceptación y lo que se consigue en nosotros cuando la aplicamos.
Citaré a continuación dos relatos que, con sabia elocuencia, plantean qué es aceptar.
El señor Vishnú estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un día se apareció a él y le dijo: –He decidido concederte las tres cosas que desees pedirme.
Después no volveré a concederte nada más.
Lleno de gozo, el devoto hizo su primera petición sin pensarlo dos veces. Pidió que muriera su mujer para poder casarse con una mejor y su petición fue inmediatamente atendida.
Pero cuando sus amigos y parientes se reunieron para el funeral y comenzaron a recordar las buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como ella?
De manera que pidió al señor que la devolviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error porque esta vez no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso a pedir consejo a los demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. ¿Pero de qué servía la inmortalidad –le dijeron otros– si no tenía salud? ¿Y de qué servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía amigos?
Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿Vida, salud, riquezas, poder, amor...? Al fin suplicó al señor: –Por favor, aconséjame lo que debo pedir.
El señor se rió al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: –Pide ser capaz de contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea.
El siguiente relato cuenta la historia de un hombre de ciudad que se traslada de visita al campo.
Instalado allí le pregunta a un campesino: ¿Qué tiempo va a hacer mañana?
Con humildad campechana le responde: –El tiempo que yo quiero.
En tono despectivo el burgués le vuelve a preguntar: –¿Y usted cómo sabe que va a hacer el tiempo que quiere?
–Muy simple, desde que aprendí que es imposible tener todo lo que uno quiere aprendí a querer todo lo que tengo. Yo no sé qué tiempo va a hacer mañana, pero, sea cual fuere lo voy a querer. Por lo tanto, va a hacer el tiempo que yo quiero.
La aceptación y el insulto
Cuándo estoy recibiendo un insulto: ¿Puedo evitar oírlo y recepcionarlo? Sí puedo, pero es francamente difícil. Más importante que evitar oírlo es no involucrarme con el arrebato del otro. Si me encolerizo empeoro aún más la situación, así que aceptarla tal como es, es una actitud muy sabia.
¡Qué valiosa la actitud de san Pablo ante los Filipenses! Sé disfrutar de una buena comida y sé pasar hambre.
¡Qué bello desafío el que nos propone san Pablo! Que sepamos degustar las cálidas palabras de alabanza y que sepamos aceptar los agravios.
Saber aceptar un insulto no significa concordar con su contenido.
¿Cómo no sentir alegría si uno sabe responder con esta sabia actitud?
Si acepto el problema, tal como es, lograré comprensión.
Si logro comprensión alcanzaré serenidad.
Si alcanzo serenidad conoceré la raíz del conflicto.
Si conozco la raíz del conflicto descubriré su sentido.
Si descubro su sentido tendré mayor claridad mental.
Si tengo mayor claridad mental plantearé mejor el problema.
Si planteo bien el problema desarrollaré nuevos enfoques.
Si desarrollo nuevos enfoques transformaré el conflicto en oportunidad.
Si transformo en oportunidad lo dificultoso habré solucionado el problema.